... y como dijera Borges: a por la sombra de haber sido un desdichado

extínguete...

entre gritos de silencio, pero extínguete...

a ti te dedico el alfa y el omega de todas mis golgotas nocturnas...


He de sobrevivir a todo, aunque el hecho de morir en tus labios silentes, en tu mirada que no mira, en tu alma que no ama... me atrae más, quizá más que toda esta soledad. No importa: la arrogancia revertirá...

Es preciso decir

miércoles, 8 de diciembre de 2021

 

 Pero hay algo que es preciso decir, es preciso decir.

-Voy a decirte lo que nunca te dije antes, quizá sea eso lo que se echa en falta: haber dicho. Si no lo dije, no fue por avaricia de decir, ni por mi mutismo de cucaracha que tiene más ojos que boca. Si no lo dije es  porque no sabía que sabía; pero ahora sí. Voy a decirte que te amo. Sé que te dije eso antes, y que también era verdad cuando te lo dije, pero es que solo ahora estoy realmente diciéndolo. Necesito decir antes de que yo... Oh ¡pero es la cucaracha quien va a morir, no yo! No preciso esta carta de condenado en una celda....

-No, no quiero asustarte con mi amor. Si te asustases conmigo, me asustaría contigo. No temas el dolor. Tengo ahora tanta certeza como la certeza de que en aquella habitación yo estaba viva y la cucaracha estaba viva: tengo la certeza de esto: de que todo sucede por encima o por debajo del dolor. El dolor no es el nombre verdadero de eso que la gente denomina dolor. Escucha: estoy segura de ello. 

Pues, ahora que había dejado de debatirme, sabía tranquilamente que aquello era una cucaracha, que dolor no era dolor. 

Ah, si hubiese sabido lo que iba a ocurrir en la habitación, habría llevado más cigarrillos: me consumía de ganas de fumar. 

-Ah, si pudiese transmitirte el recuerdo, solo ahora vivo, de lo que nosotros dos ya hemos vivido sin saberlo. ¿Quieres recordar conmigo? Oh, sé que es difícil: mas varamos hacia nosotros. En vez de superarnos. No tengas miedo ahora, estás a salvo porque al menos ya ha sucedido, a no ser que veas peligro en saber qué sucedió. 

Es que, cuando nos amábamos, yo no sabía que el amor acontecía mucho más exactamente cuando no existía lo que llamábamos amor. Lo neutro del amor, era eso lo que nosotros vivíamos y despreciábamos.

Estoy hablando de cuando nada acontecía, y a ese no acontecer lo llamábamos intervalo. Pero ¿cómo era ese intervalo?

Era la enorme flor abriéndose, toda hinchada de sí misma, mi visión toda grande y trémula. Lo que miraba se coagulaba luego en mi mirar y se volvía mío, mas no un cuágulo permanente: si lo apretaba entre mis manos, como un poco de sangre coagulada, se licuaba de nuevo entre mis dedos. 

Me acuerdo de mis dolores de garganta de entonces: las amígdalas inflamadas, la coagulación en mí era rápida. Y fácilmente se licuaba: se me ha pasado el dolor de garganta, te decía yo. Como glaciares en verano, y licuados los ríos fluyen. Cada palabra nuestra -en el tiempo que denominábamos vacío-, cada palabra era tan leve y estaba tan vacía como una mariposa: la palabra volteaba desde dentro contra la boca, las palabras se decían, pero no las escuchábamos porque los graciares licuados producían mucho estrépido al fluir. En medio del fragor líquido, nuestras bocas moviéndose pero no las oíamos; mirábamos uno hacia la boca del otro, viéndola hablar, y poco importaba que no escuchásemos, oh, en nombre de Dios, poco importaba. 

Y en nombre nuestro, bastaba ver que la boca hablaba, y reíamos porque apenas prestábamos atención. Y no obstante, llamábamos a ese no escuchar desinterés y falta de amor. 

Pero en verdad ¡cómo decíamos! Expresábamos la nada. Y sin embargo, todo centelleaba como cuando lágrimas gruesas no se desprenden de los ojos; por eso, todo centelleaba. 

En esos intervalos pensábamos que estábamos descansando el uno de ser el otro. En verdad era el gran placer de no ser el otro: pues así cada uno de nosotros tenía dos. Todo terminaría cuando acabase lo que denominábamos intervalo de amor; y porque iba a terminar, pesaba tembloroso con el propio peso de su fin ya en sí. Me acuerdo de todo eso como a través de un temblor de agua. 

Ah, ¿será que nosotros originariamente no eramos humanos? ¿Y que, por necesidad práctica, nos volvimos humanos? Eso me horroriza, como a ti. Pues la cucaracha me miraba con su caparazón de escarabajo, con su cuerpo reventado hecho de tubos y antenas y blando cemento; y aquello era innegablemente una verdad anterior a nuestras palabras, aquello era innegablemente la vida que hasta entonces yo no había querido. 

-Entonces... entonces, por la puerda de la condenación comí la vida y fui comida por ella. Comprendía yo que mi reino es de este mundo. Y eso lo entendía por la parte del infierno que hay en mí. Pues en mí misma me he visto cómo es el infierno. 


***


Pues en mí misma he visto cómo es el infierno.

El infierno es la boca que muerde y come la carne viva sanguinolenta, y quien es comido grita con el regocijo de la mirada: el infierno es el dolor como gozo de la materia, y con la risa del gozo las lágrimas brotan de dolor. Y la lágrima que viene de la risa de dolor es lo contrario de la redención. Yo veía inexorabilidad de la cucaracha con su máscara de ritual. Veía que el infierno era eso: la aceptación cruel del dolor, la solemne falta de piedad por el propio destino, amar más el ritual de vida que a uno mismo; ese era el infierno, donde quien comía el rostro vivo del otro se revolcaba en la alegría del dolor. 

Por vez primera sentía yo con voracidad infernal el deseo de los hijos que nunca había tenido: quería que mi orgánica infernalidad llena de placer se hubiese reproducido, no en tres o cuatro hijos, sino veinte mil. Mi supervivencia futura en los hijos es lo que sería mi verdadera actualidad, que es, no solamente yo, sino mi gozosa especie sin interrumpirse nunca. No haber tenido hijos me dejaba espasmódica como ante un vicio negado. 

Aquella cucaracha había tenido hijos y yo no: la cucaracha podía morir aplastada, pero yo estaba condenada a no morir jamás, pues si muriese, aunque fuese una sola vez, yo moriría. Y no quería morir, sino permanecer perpetuamente muriendo como gozo de dolor supremo. Estaba en el infierno traspasada de placer como un zumbido sordo de los nervios del placer. 

Y todo eso -¡oh, horror mío!-, todo eso ocurría en el amplio seno de la indiferencia... Todo eso perdiéndose a sí mismo en un destino en espiral, y este no se pierde a sí mismo. EN ese destino infinito, hecho solamente de cruel actualidad, yo, como una larva -en mi más profunda inhumanidad, pues lo que hasta entonces se me había escapado era mi real inhumanidad-, yo y nosotros como larvas nos devoramos en carne blanda.

¡Y no hay castigo! He ahí el infierno: no hay castigo. Pues en el infierno gozamos del regocijo supremo de lo que sería el castigo,  del castigo hacemos, en este desierto, más un éxtasis de risa con lágrimas, del castigo hacemos en el infierno una esperanza de gozo. ¿Era este entonces el otro lado de la deshumanizacion y de la esperanza?

En el infierno, esa fe demoníaca de la que no soy responsable. Y que es la fe en la vida orgiástica. La orgía del infierno es la apoteosis de lo neutro. La alegría del sabbat es la alegría de perderse en lo atonal. 

Lo que aún me asustaba era que hasta el mismo horror no punible iba a ser generosamente reabsorbido por el abismo del tiempo interminable, por el abismo de las alturas interminables, por el profundo abismo de Dios: absorbido por el seno de una indiferencia. 

Tan distinta de la indiferencia humana. pues aquella era una indiferencia-interesada, una indiferencia que se cumple. Era una indiferencia extremadamente enérgica. Y todo en silencio, en aquel infierno mío. Pues las risas forman parte del volumen del silencio, solo en el ojo centelleaba el placer-indiferente, mas la risa estaba en la sangre misma y no se oye. 

Y todo esto es en este mismo instante, es en el ahora. Mas, al mismo tiempo el instante actual es del todo remoto por causa del tamaño-grandeza de Dios. Por causa del enorme tamaño perpetuo es por lo que, incluso lo que ya existe, es remoto: en el mismo instante en que se quiebra en el armario la cucaracha, también ella es remota respecto al seno de la gran indiferencia-interesada que la reabsorbe impunemente. La grandiosa indiferencia, ¿era esto lo que existía dentro de mí?

La grandeza infernal de la vida: pues mi cuerpo me delimita; la misericordia hace que mi cuerpo no me delimite. En el infierno, el cuerpo no me delimita, ¿y a eso llamo alma? Vivir la vida que no es ya la de mi cuerpo, ¿a esto llamo alma impersonal?

Y mi alma impersonal me quema. La grandiosa indiferencia de un astro es el alma de la cucaracha, el astro es la propia demasía del cuerpo de la cucaracha, el astro es la propia demasía del cuerpo de la cucaracha. La cucaracha  y yo aspiramosa una paz que no puede ser nuestra; es una paz más allá del tamaño y del destino, suyo y mío. Y porque mi almaes tan ilimitada que ya no es yo, y porque está tan allende de mí, siempre estoy lejos de mí misma, me soy inalcanzable como me es inalcanzable un astro. Me contorsiono para conseguir alcanzar el tiempo actual que me rodea, pero sigo lejana en relación con este mismo instante. El futuro,¡ay de mí!, me es más cercano que el instante presente. 

La cucaracha y yo somos infernalmente libres porque nuestra materia viva es mayor que nosotras, somos infernalmente libres porque mi propia vida es tan poco encajable dentro de mi cuerpo, que no consigo utilizarla. Mi vida es más utilizada por la tierra que por mí, soy tanto mayor que aquello que yo llamaba 'yo', que solo poseyendo la vida del mundo me poseería a mí misma. Sería necesaria una horda de cucarachas para formar un punto ligeramente sensible en el mundo; no obstante, una sola cucaracha, solo por su atención-vida, esa única cucaracha es el mundo.

La parte más inalcanzable de mi alma y que no me pertenece es aquella que limita con mi frontera de lo que ya no es yo y a la cual me doy. Toda mi ansia ha sido esta proximidad infranquable y excesivamente próxima. Soy más aquello que no está en mí. 

Y he aquí que la mano que yo aferraba me ha abandonado. No, no. Soy yo quien solté la mano porque ahora tengo que ir sola. 

Si condigo regresar del reino de la vida volveré a tomar tu mano y la besaré agradecida por haberme esperado, por haber esperado a que mi camino pasase, y a que yo volviese delgada, famélica y humilde: con hambre solo de poco, con hambre solo de menos. 

Porque, allí sentada y quieta, había pasado a querer vivir mi propio alejamiento como único modo de vivir mi actualidad. Y eso, en apariencia inocente, eso era nuevamente un placer que se parecía a un gozo horrendo y cósmico. 

Para revivirlo, suelto tu mano.

Porque en ese gozar no había piedad. Pedad es ser hijo de alguien o de algo, pero ser el mundo es la crueldad. Las cucarachas se roen y se matan y se penetran en la procreación y se comen en un eterno verano crepuscular. La actualidad no ve la cucaracha, el tiempo presente la mira desde tan gran distancia que desde las alturas no la distingue, y solamente ve un desierto silencioso; el tiempo presente no sospecha siquiera, en el desierto desnudo, la orgiástica fiesta de gitanos. 

Donde, reducidos a pequeños chacales, nos comemos riendo. Riendo de dolor, y libres. El misterio del destino humano es que somos fatales, mas tenemos libertad de cumplir o no nuestro hado: de nosotros depende realizar nuestro destino fatal. Mientras que los seres no humanos, como la cucaracha, realizan su propio ciclo completo, sin errar jamás porque no eligen. Mas de mí depende el llegar libremente a ser lo que fatalmente soy. Soy dueña de mi fatalidad y, si decidiese no cumplirla, quedaría fuera de mi naturaleza específicamente viva. Mas si realizo mi núcleo neutro y vivo, entonces, dentro de mi propia especie, estaré siendo específicamente humana. 

-Pero es que volverse humano puede transformarse en el ideal, y ahogarse bajo redundancias... Ser humano no debería ser un ideal para el hombre que es fatalmente humano, ser humano debe ser el modo como yo, cosa viva, obedeciendo libremente el camino de lo que está vivo, soy humana. Y no necesito siquiera cuidar de mi alma, ella cuidará fatalmente de mí, y no tengo que hacer un alma para mí misma: solo tengo que elegir vivir. Somos libres, y este es el infierno. Pero hay tantas cucarachas que parece una plegaria. 

Mi reino es de este mundo... y mi reino no era solamente humano. Yo sabía. Pero saber eso extendería mi vida-muerte, y un hijo en mi vientre estaría amenazado por la voracidad de la propia vida-muerte, y sin que una palabra cristiana tuviese un sentido... Pero es que hay tantos hijos en el vientre, que parece una plegaria. 

En aquel momento aún no había entendido que el primer esbozo de lo que sería una plegaria estaba ya naciendo del infierno feliz donde yo había entrado, y de donde no quería ya salir. 

De aquel país de ratas, tarántulas y cucarachas, amor mío, donde el gozo fluye en gruesas gotas de sangre. 

Solo de misericordia de Dios podría sacarme de la terrible alegría indiferente en que me bañaba yo, toda entera. 

Pues yo exultaba. Conocía la violencia de la oscuridad alegre; yo era feliz como un demonio, el infierno es mi máximo.

 

Clarice Lispector - La pasión según G. H. (101-109)

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