... y como dijera Borges: a por la sombra de haber sido un desdichado

extínguete...

entre gritos de silencio, pero extínguete...

a ti te dedico el alfa y el omega de todas mis golgotas nocturnas...


He de sobrevivir a todo, aunque el hecho de morir en tus labios silentes, en tu mirada que no mira, en tu alma que no ama... me atrae más, quizá más que toda esta soledad. No importa: la arrogancia revertirá...

Lispector

domingo, 9 de enero de 2022

 

Admirar, entre interrupciones innecesarias, la escritura de G. H., una escritura en sentido estricto, más allá de contener un mero mensaje o de transmitir algo en esencia comunicable, es también una condición misma de toda vida y de todo aparecer. Esta dimensión, G. H. la abre con una alegría titilante, totalmente indiferenciada con la desesperación y con toda locura, a través de una serie de textos que exploran sin césar las múltiples vertientes de la vida de quién fracasa: la desorganización, lo neutro, los vaivenes pasionales propios del idear la propia vida, los propios deseos que le rodean y las imágenes, símbolos y asociaciones que la hacen estallar. La cucaracha, un resbalín dramático hacia las más profundas y superficiales vivencias interiores que una persona puede experimentar. La exploración de esta escritura procede por excesos y no se detiene: abre según contrariedades evidentes, el flujo del sentimiento y de la consciencia de una persona, ante algo que cotidiano, también es inesperado e inquietante. Sea esto la cucaracha, o sea un fracaso amoroso que se veía venir, la letra marca en su paso aberrante cada recoveco de este estado de simultaneidad, entre lo externo y lo interno, sin jamás poder agotar ninguna variación. Sin saturar las dimensiones contrarias propias de aun estar viviendo. Una cierta autoinmunidad, que produce la vida, es el detonador de una marcha absoluta, aunque no lineal, pero sí intensiva, de acceder a los secretos últimos (¿o quizás primeros?) de la sensibilidad humana. Acaso lo neutro, a ojos de G. H. no sea más que la suma de estos excesos que, contenidos entre sí, mantienen toda subjetividad inquieta atrapada en un absoluto de inmovilidad. Inmovilidad de la muerte, o del impacto silente de una vivencia en el interior de la casa, sin exterioridad alguna, más allá del balcón. El infierno se asoma allí en la casa, como una figuración propia del exceso de la vida. Exceso germinal-vegetal, que aparece en el transcurso de la vida de una cucaracha (¿Acaso no es la cucaracha el animal literario por excelencia?) en medio de un espacio a todas luces familiar, en una calma solitaria, la pasión se abre paso allí de modo inexorable, sin ninguna mediación, a través de la crueldad más natural y primigenia: dar muerte, ver morir, comer. De la consciencia a la vida o de la vida a la consciencia, es algo que no puede ser diferenciado cuando el espacio... ¿cuando el espacio qué? El espacio, en cualquier acepción del término, es un protagonista en esta obra, ya sea en la forma de la habitación, en la forma del recorrido, los lineamientos y las curvas propias de la expresión lispectoriana. Este espacio, expresivo, objetivo, intensivo, esta extensión que desencadena la pasión, que la mantiene en su vibración, que la opera en su transgresor avance: a cada lamento una sonrisa, a cada amor una insensibilidad, a cada intensidad lo neutro, a cada paso, finalmente, una contrariedad que no hace sino, afirmar esa carencia de nombre de quien escribe, la posibilidad de ser cualquiera que llamen 'yo', la cadencia propia de la caída y la elevación, el heroismo y el fracaso, indisociablemente entrelazados, co-producidos.

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