... y como dijera Borges: a por la sombra de haber sido un desdichado

extínguete...

entre gritos de silencio, pero extínguete...

a ti te dedico el alfa y el omega de todas mis golgotas nocturnas...


He de sobrevivir a todo, aunque el hecho de morir en tus labios silentes, en tu mirada que no mira, en tu alma que no ama... me atrae más, quizá más que toda esta soledad. No importa: la arrogancia revertirá...

Engullir

jueves, 5 de octubre de 2017

 

Engullir las cosas, en vez de comerlas, hace del tiempo una forma más de volverse hijo de tus propios desequilibrios. Engulles cosas, eres engullido -a su vez-, por un tiempo al que perteneces. Perteneces forzosamente al tiempo que te desequilibra, que te expande y que te recoge de un momento a otro, que se expande y que se recoge, de un instante hasta la eternidad. Mucho de lo que queda por decir acerca de la mujer, tiene que ver con la facilidad en la que se presenta para ser engullida o para ocultar su perverso deseo de permanecer dentro de un roedor.
La mujer, para un hombre en la forma del deseo, tiene una forma de volverse un engullido que es distinta: ella aparece como todo lo que se repliega sobre sí y todo lo que hace se vuelve palabra, lenguaje. La mujer necesariamente usa el lenguaje para ser engullida. La mujer es toda un conjunto de significaciones que se niegan a permanecer en lo simbólico y pretenden designificarse, pretenden retornar al signo, a la figura del signo. La noche del deseo del hombre hace de la mujer un signo, un referente vacío, pero iterable en el que las multiplicidad de significados se vuelven un imposible. A su vez, la forma de presentarse del hombre es la del signo, la del receptáculo vacío de significación, la oscuridad de la noche y el devenir signo de la mujer lo fuerzan a volverse un significado.

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