... y como dijera Borges: a por la sombra de haber sido un desdichado

extínguete...

entre gritos de silencio, pero extínguete...

a ti te dedico el alfa y el omega de todas mis golgotas nocturnas...


He de sobrevivir a todo, aunque el hecho de morir en tus labios silentes, en tu mirada que no mira, en tu alma que no ama... me atrae más, quizá más que toda esta soledad. No importa: la arrogancia revertirá...

D-efecto

martes, 20 de septiembre de 2016

La posibilidad que ofrece el erotismo virtual, la virtualidad del erotismo, de poder avocarse y enamorarse -es decir efímeramente-, de la dimensión defectuosa e incompleta de la mujer como una de las últimas capturas del avance tecnológico: más allá de ser un mero sucedáneo de la democratización foto-gráfica, es una etiqueta disponible en el acceso a la imagen en este vasto mundo de la información.
El defecto, a medio camino de constituirse una gran base de información y de devenir en conocimiento y límite de la belleza, trasciende dicha posibilidad y se trasciende a sí mismo como la única belleza que existe. No hay más belleza que la del defecto, no hay más fuerza en el aparecer que en la caractarística más inadecuada a toda funcionalidad y en la constante incompletitud y libertad post-humana de poder crear y re-crear, reprogramar, finalmente, el cuerpo. La experiencia pornográfica de la imagen defectuosa, de la presencia proyectada lo más cerca del ojo (aunque aún afuera de él) hace que la búsqueda de defecto corporal en la mujer, también, en la noche, se vuelva la búsqueda de su belleza. La mujer defectuosa, profundamente defectuosa, imposible de reprogramar a totalidad, frágil de fábrica, se vuelve completamente un objeto de fascinación: es la mejor posibilidad de deshechar la propia fertilidad lejos y deshacerse de las ganas de vivir en el futuro.
La memoria programable y momificada de la (re)actualidad fotográfica hace que toda marca figura de aquello que falta, aquello irreductible a la reprogramación, aquello que una vez echado a andar, sigue y sigue, aquello que impacta el recuerdo, que destruye la intimidad en su repetición y que pone a prueba la continuidad de lo vivo, lanzando cada vez la vida fuera de sí, viviendo cada vez más la propia indiscernible finitud fuera del cuerpo, producto de la reprogramación virtual del propio cuerpo, por medio de la prótesis que nos permite abandonarnos a la red.
Lo que aparece en el momento final, en el colapso de todo ese mundo deseiso y auto-erotizante, adviene la estupefacción y el hastío hacia el mundo de la belleza, regresa la programación secundaria que llamaba al defecto una forma sensible de la destrucción del gusto. La pictorialidad virtual, la pigmentación suspendida de lo efectivo, la algorítmica que pone en entredicho toda facticidad, y vuelve a dejar entre paréntesis la distinción entre lo vivo y la cosa, entre el animal y la máquina, entre el intelecto y el software.
La imagen muy lejos de ser aquello que no es, deviene el ser más primario y primigenio al que remitirse, y la belleza de su defectuación, la magia de su parcialidad, se vuelve la única posibilidad de escape a la finitud. La cibernética es capaz de reconfigurar la finitud, ya no para dispararla a una infinitud, sino que a borrar el límite entre lo finito y lo infinito, y dejando un paso para la posibilidad, ya no de trascendencia o posvida, sino que a un tercer mundo que ya no es ni el material-temporal, ni el conceptual-espiritual: es el inmenso mar de la información, el infinito mar de la información que se retrotrae y se destruye a sí mismo, para conservarse: es la posibilidad de una nueva forma de vida que ya desdibuja toda diferencia entre la máquina y la humanidad, y más aún, entre la mecanicidad y la información: la información y el archivo como paradigma contemporáneo de la vida animal, la re-escritura del ser políticamente constituido, transformado y devenido una forma, una marca en la incorporalidad de la red.

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