La posibilidad que
ofrece el erotismo virtual, la virtualidad del erotismo, de poder
avocarse y enamorarse -es decir efímeramente-, de la dimensión
defectuosa e incompleta de la mujer como una de las últimas capturas
del avance tecnológico: más allá de ser un mero sucedáneo de la
democratización foto-gráfica, es una etiqueta disponible en el
acceso a la imagen en este vasto mundo de la información.
El defecto, a medio
camino de constituirse una gran base de información y de devenir en
conocimiento y límite de la belleza, trasciende dicha posibilidad y
se trasciende a sí mismo como la única belleza que existe. No hay
más belleza que la del defecto, no hay más fuerza en el aparecer
que en la caractarística más inadecuada a toda funcionalidad y en
la constante incompletitud y libertad post-humana de poder crear y
re-crear, reprogramar, finalmente, el cuerpo. La experiencia
pornográfica de la imagen defectuosa, de la presencia proyectada lo
más cerca del ojo (aunque aún afuera de él) hace que la búsqueda
de defecto corporal en la mujer, también, en la noche, se vuelva la
búsqueda de su belleza. La mujer defectuosa, profundamente
defectuosa, imposible de reprogramar a totalidad, frágil de fábrica,
se vuelve completamente un objeto de fascinación: es la mejor
posibilidad de deshechar la propia fertilidad lejos y deshacerse de
las ganas de vivir en el futuro.
La memoria
programable y momificada de la (re)actualidad fotográfica hace que
toda marca figura de aquello que falta, aquello irreductible a la
reprogramación, aquello que una vez echado a andar, sigue y sigue,
aquello que impacta el recuerdo, que destruye la intimidad en su
repetición y que pone a prueba la continuidad de lo vivo, lanzando
cada vez la vida fuera de sí, viviendo cada vez más la propia
indiscernible finitud fuera del cuerpo, producto de la reprogramación
virtual del propio cuerpo, por medio de la prótesis que nos permite
abandonarnos a la red.
Lo que aparece en el
momento final, en el colapso de todo ese mundo deseiso y
auto-erotizante, adviene la estupefacción y el hastío hacia el
mundo de la belleza, regresa la programación secundaria que llamaba
al defecto una forma sensible de la destrucción del gusto. La
pictorialidad virtual, la pigmentación suspendida de lo efectivo, la
algorítmica que pone en entredicho toda facticidad, y vuelve a dejar
entre paréntesis la distinción entre lo vivo y la cosa, entre el
animal y la máquina, entre el intelecto y el software.
La
imagen muy lejos de ser aquello que no es, deviene el ser más
primario y primigenio al que remitirse, y la belleza de su
defectuación, la magia de su parcialidad, se vuelve la única
posibilidad de escape a la finitud. La cibernética es capaz de
reconfigurar la finitud, ya no para dispararla a una infinitud, sino
que a borrar el límite entre lo finito y lo infinito, y dejando un
paso para la posibilidad, ya no de trascendencia o posvida, sino que
a un tercer mundo que ya no es ni el material-temporal, ni el
conceptual-espiritual: es el inmenso mar de la información, el
infinito mar de la información que se retrotrae y se destruye a sí
mismo, para conservarse: es la posibilidad de una nueva forma de vida
que ya desdibuja toda diferencia entre la máquina y la humanidad, y
más aún, entre la mecanicidad y la información: la información y
el archivo como paradigma contemporáneo de la vida animal, la
re-escritura del ser políticamente constituido, transformado y
devenido una forma, una marca en la incorporalidad de la red.
0 lanza en mi costado:
Publicar un comentario