... y como dijera Borges: a por la sombra de haber sido un desdichado

extínguete...

entre gritos de silencio, pero extínguete...

a ti te dedico el alfa y el omega de todas mis golgotas nocturnas...


He de sobrevivir a todo, aunque el hecho de morir en tus labios silentes, en tu mirada que no mira, en tu alma que no ama... me atrae más, quizá más que toda esta soledad. No importa: la arrogancia revertirá...

La soledad y la cosa

lunes, 15 de junio de 2015

 

El cuerpo como límite, habla de la importancia del soporte de la posibilidad de toda posibilidad. Allí donde el cuerpo no limita, nada es posible: el juego de la posibilidad siempre debe desarrollarse desde la perspectiva del cuerpo que se experimenta como límite. Por otra parte, el cuerpo que se mezcla, que se injerta, cuyo límite se desdibuja y se borra, habla de la posibilidad de transgresión de ese límite, pero aún más, habla de que esa transgresión es ella misma -a modo de excepción-, la que posibilita que el cuerpo sea límite. El que el cuerpo sea límite, no es más que por mor de su propia ilimitación.
Así, en el momento en que es encontrado el propio cuerpo, escindido ante lo imposible, envuelto en el abismo de lo oportuno lo que viene de él, siempre adquiere la forma de la decisión. Todo momento en el que el cuerpo se encuentra ante otro cuerpo, se vuelve necesaria la decisión de injertarse, de contagiarse, de contaminarse, de volverse uno el rastro de otro. Lo esplendido de ese cuerpo que se encuentra en la soledad nocturna no está en la claridad de sus límites, sino más bien en su disolución: no se trata ya de si su soledad es soledad de sí mismo o soledad de otra, el punto es cómo un cuerpo que se encuentra en soledad se disuelve, desperfila todo límite, se hunde, adquiere la forma de una cosa. Ya sea el perfil de una cama, el de un saco, la forma de un escritorio o de las teclas de un computador. No es meramente una cosificación, pues no es posible lograr una identidad con una cosa (lo cual, en ciertas situaciones, podría hasta ser un consuelo), de lo que se trata es de cómo el cuerpo que se encuentra sólo se forma cosa: se determina como cosa, pero la materia misma de esa huella no deja nunca de ser la borradura de un yo que no se encuentra ahí, o incluso más, la borradura de la huella del orígen del momento en el que hubo sentido. Lamentablemente, esta huella también encuentra detras de sí, sólo otra borradura. Toda búsqueda de sentido, se hace en pos de su propia borradura.
El cuerpo que se encuentra, así, en su disolución, en su forma líquida, insípida, espumeante, no es más que accesible por medio de una cosa: el que una cosa se ha vuelto, a fin de cuentas, la persona que está sola. Desarmar un límite, no es más que una alternativa de formalización: el límite mismo, nunca puede ser forma, es él mismo -el límite- lo que se resiste a la forma. El cuerpo se vuelve móvil, se despeja, no es pura garganta, ni puro estómago, ni menos aún puro cerebro cuando se encuentra injertado en otro. Pero a la vez, sin la formalización, sin la mímesis de la soledad nunca es posible volver sobre lo in-formado. Toda forma insípida, vuelve inevitablemente a su solidez. Así como también todo intento de posibilitar la insipidez, siempre se vuelve gaseosa e ineluctable: ante lo líquido tan sólo esplendece la tentación, sobre lo gaseoso la ficción de voluntad, ante lo sólido el acontecimiento.
Toda línea paralela se encuentra en su imposibilidad.

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