Plantear una verdad
nocturna, habla ya siempre de algo que no se deja acontecer. Aquello,
que aún aconteciendo, que aún irrumpiendo el curso de lo diurno,
del orden, de lo 'decible', más que hacerse meramente indecible, se
resiste a volverse un acontecimiento, pues siempre detrás de la
noche hay resabios de lo irrealizado, de lo que no logra tener lugar,
del tiempo que falta, de la predominancia de 'lo que resta', por
sobre 'lo que hay'. Así, en medio de una noche, aconteció que fui
tomado por el deseo de otra... sin embargo, este deseo jamás fue
otorgado, jamás logró a ser. Todo lo que permitía el contexto,
todo lo que hacía el contexto era tensionado entre un resistirse
tanto al acontecimiento de un amor nocturno, pero también, de la no
realización de un amor nocturno. La noche misma, como contexto de lo
imposible, fue lo único que se dejó acontecer. La imposibilidad
tanto de huir, como de quedarse allí, sumados a la de al menos dudar
qué hacer o qué ocurrirá. La noche misma, como momento de lo
imposible deja al acontecimiento vivir. No es que no pase nada, que
nada ocurra; a la vez, tampoco es que haya irrumpido el completo
orden de las cosas una noche como esa, tan sólo ni se deja ocurrir,
ni permanece inoperante: la verdad nocturna es entonces una potencia
operante. Ni se deja ver en la actualidad, ni tampoco deja de ser por
lo que resta de desarrollo e interrupción de la vida (y de las otras
interrupciones).
La interrupción de
la interrupción es la verdad nocturna, que ni muestra ocultándose,
ni se oculta mostrándose: permanece operando desde un interior
desdicho, desde un interior que no es interior, desde un interior que
en tensión con lo externo, ni se vuelve completamente ante él, ni
se vuelve sobre sí mismo: la totalidad de la experiencia nocturna
refiere a la sustancialidad de lo diferente, de lo que no puede ni
ser sustancia, ni dejar de permanecer dentro de la realidad nocturna.
La realización de esa realidad, el movimiento de desenvolvimiento
que está por venir de esa materia de interrupciones, de esa
negatividad impura, es el cómo, la venida, nunca presente de la
verdad nocturna.
Si algo hay dentro
de la impura vida de lo múltiple y de lo diverso, es la disolución
constante que vive desde la experiencia de lo nocturno: cada palabra
se vuelven sonidos inarticulados, discontinuidades ebrias, eróticas
constancias de lo que resiste la palabra. La expresión de la verdad
nocturna, en su pura vivencia, es la interrupción de una
interrupción de la interrupción. La verdad nocturna se deja
interrumpir hasta el infinito: la conversación jamás puede
finalizar, los remitentes de cada signo intercambian posiciones,
énfasis, afectos: puedes decir dos veces lo mismo y dices algo
diferente. Esto, sin un 'querer decir': las intenciones en lo más
portentoso de la noche, no existen: ni por impulso, ni sin impulso,
ni con impulso, ni con razón, ni sin razón, ni por razón, ni con
disposición, ni sin disposición, ni por disposición, ni
conscientemente, ni inconscientemente: la interrupción reverberante
e indefinida de la noche no permiten categoría que no se desdiga, no
dicen nada que no pueda desdecirse, pero que a la vez, no da
posibilidad de retroceso: lo que sucede de noche, siendo diferente de
lo que sucede de día, por el día permanece en los sentidos. No
sucede nada, en realidad, más que esa interrupción.
Hay una cierta
inocencia en la noche, y es esa misma inocencia la que aflora el
sentimiento más doloroso de la culpa: somos culpables de, siendo
inocentes, achacarnos las culpas. Somos inocentes de, siendo
culpables, vivir una inocencia. Una vida desnuda, sin forma,
negativa, operante, alterada, recorre la noche, ni somos víctimas de
esa vida desnuda, pero tampoco dejamos de dejar que esa vida desnuda
nos ataque.
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