... y como dijera Borges: a por la sombra de haber sido un desdichado

extínguete...

entre gritos de silencio, pero extínguete...

a ti te dedico el alfa y el omega de todas mis golgotas nocturnas...


He de sobrevivir a todo, aunque el hecho de morir en tus labios silentes, en tu mirada que no mira, en tu alma que no ama... me atrae más, quizá más que toda esta soledad. No importa: la arrogancia revertirá...

Recordar qué y recordar como... acerca del porvenir: desenmascarar el recuerdo

lunes, 3 de noviembre de 2014

No es posible recordar a alguien, pretendiendo recordar a la persona tal y como es. La creencia en que el recuerdo de alguien coincide con la persona, hace del recuerdo un espectro, un espectáculo, una imagen exhibitoria, repetible indiferenciadamente, completamente desconectada del espectro de algo así como la persona tal y como es. Recordar un objeto, recordar un recuerdo totalmente identificado de modo y de cosa, es recordar equivocadamente siempre. Es un error tener un recuerdo completamente alejado de los antojos del momento. En cambio, recordar a alguien, sin ninguna pretensión de corresponder con ese recuerdo a una persona o a algo, hace del recuerdo, un recuerdo apropiado, fantástico, modelado, formado en un proceso infinito de penurias y alegrías. El recuerdo siempre debe estar asociado con la antojadiza forma del porvenir, para poder ser tal, no puede independizarse el pasado de un futuro. El pasado sólo es accesible presuponiendo espectativas, o bien, resignándose de todo futuro. La resignación, que es una de las formas más fundamentales de ser, que es la de suspender toda espectativa, es la única forma de hacer que un porvenir, sea a su vez, un porvenir. Quién pretende mediante una espectativa, formar un futuro próximo, lo único que hace es acelerar un tiempo y con ello, no dejarlo ser. El recuerdo es un momento del porvenir, porque todo recuerdo busca un tipo de repetición. Una repetición que no es nunca la misma, es una repetición de lo diferente: no hay posibilidad de repetir un pasado, simplemente se puede repetir una posibilidad del pasado que no se había explorado. En el futuro, siempre está la cara de una frustración del pasado, y con ello, la máscara de un recuerdo. El recuerdo puede ser desenmascarado tan sólo con el antojo, con el afán de pensar hasta en contra de las propias espectativas y en contra de toda posibilidad posible, pensar un recuerdo que simplemente nunca pudo haber tenido lugar y saber -de antemano- que con el recuerdo no se accede a nada de lo que jamás fue. Quién recordando, cree que toma algo que ya fue, algo que pasó, lo que hace es simplemente vivir un presente, asir un retazo de su propia experiencia personal. Quién, se esfuerza en pensar en contra de sí mismo, en recordar en contra de todo lo que amó, quién se esfuerza en recordar todo lo que hay de insepulto, lo que hace es vivir a la par con los lejanos y con los espectros. Lo que hace el recuerdo diferenciante, lo que hace la palabra vivida así, como recuerdo es hacer de la palabra recordada un momento de la escritura diferenciada. Recordar a alguien, tal y como se creía que era, pensando que con ese recuerdo se alcanza una cierta verdad diurna, es hacer de la persona un pasadizo antojadizo del propio presente, y con ello, hacer del recuerdo un momento de los actos y de las acciones. La persona se encuentra reificada en las acciones del presente, cuando hay quién en función de un recuerdo vivido tal y como fue, hace de él un objeto, lo que hace es hablar por, hacer por. Hacer por y recordar qué, es el recuerdo que tan sólo es permitido en su forma política, en su forma pública, porque todo lo equívoco puede tener lugar en la decisión. Sin embargo, en clave erótica, íntima, no es posible hacer de un recuerdo una verdad diurna, una verdad nocturna es la única posibilidad de recuerdo: en la inacción, en la pereza, en el éxtasis erótico, en la embriaguez, en el deshacimiento. No hay más que recordar antojadizamente de noche, no hay más que el tedio de la compostura diurna, la molestia de permanecer despiertos de día, de no perderse horas de sol, para encontrarse con la más pura flojera, belleza y terror de la noche. La noche es todo lo abnegado en el recuerdo que se vuelve objeto. La memoria debe volverse -de alguna forma-, objeto, para transformarse un ente por el que luchar, en búsqueda de justicia. Pero allí donde no hay justicia, allí donde tan sólo está el antojo y lo indecible, en la nocturna oscuridad tan sólo cabe la prostitución de todo: la prostitución de todo recuerdo, de todo pasado, de toda espectativa y de todo diagnóstico del presente. El ahora, que es la forma de lo nocturno, el ahora, que se resiste a formar parte del presente, el nûn que no es parousía, el instante inesencial, el ahora que no es ni siquiera momento, que ni siquiera puede volverse palabra, el ahora que no puede decirse es aquello que puede recordar. Por ello, el ahora y la noche, como momentos inesenciales de la experiencia de la verdad, se hacen por ello mismo, esenciantes de toda verdad. No hay más verdad diurna que aquella que está obviada en toda verdad nocturna, en toda verdad que lucha contra sí misma y contra quién la (d)enuncia. La justicia no puede ser tema de la noche, ni tampoco la verdad sin más, la noche tiene otra forma, la noche es indeterminada, por ello, clama en todo momento por volverse un todo sin articulaciones, un amacijo entre lo verdadero y lo falso, entre lo justo y lo injusto, entre lo pensable y lo impensado, la deconstrucción no es posible de noche, porque la deconstrucción participa no tanto de la verdad, pero sí de la fuerza y de la justicia; de noche, todo es indeconstruible, excepto lo indeconstruible mismo, que es la justicia. De noche la injusticia se hace la regla, y que no es excepción, porque no hay más regla que esa sóla injusticia, sin otro orden jurídico al que referirse. La decisión de desenmascarar un recuerdo, es un llamado inmoral, impúdico y perverso a hacerle perder todo valor a la interioridad estable, a toda intimidad autopertenecida. La única forma de encontrar una intimidad es perdiéndola toda, confesar todo secreto para así hacerlo inconfesable. La noche no puede ser esquivada, porque es el esquivar mismo de la justicia, la noche no puede ser justa, no está en la justicia, ni más allá, ni más acá del bien y del mal, la noche permanece en la divinidad, en lo sagrado, en la sacralidad de la hora del lobo, donde hay mayor cantidad de muertes y de vidas, la palabra no puede ser musitada, ni siquiera acallada de noche, la palabra no tiene la forma de la noche, porque la noche no puede decirse. El silencio, a su vez, tampoco. Existe tan sólo un intenso ahora, el del retorcimiento, no tanto la reflexión. No hay espejo en el que proyectarse, toda luz está apagada, toda imagen se hace inaprehensible, simplemente queda el puro impulso, sin objeto directo. Un impulso cuyo objeto es la indeterminación misma, la noche es un buen (no) lugar para la melancolía, para el absoluto, para los dioses, para el terror, para los demonios, para la palabra arrastrada, el deseo inmundo, la insanidad del juicio, la habladuría sobre nada, el no hablar de nada, el no decir siquiera palabra, el disecarse en un silencio impertenecido, un silencio en el que no se habita, un silencio que es eyaculado cada vez más, que es el deseo lanzado hacia la nada, que ni siquiera es imagen de nadie, que simplemente es un impulso. En la noche, la mujer, tan sólo ella, la mujer, puede decirse. 

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