... y como dijera Borges: a por la sombra de haber sido un desdichado

extínguete...

entre gritos de silencio, pero extínguete...

a ti te dedico el alfa y el omega de todas mis golgotas nocturnas...


He de sobrevivir a todo, aunque el hecho de morir en tus labios silentes, en tu mirada que no mira, en tu alma que no ama... me atrae más, quizá más que toda esta soledad. No importa: la arrogancia revertirá...

Espacios de la violencia II El recuerdo.

viernes, 22 de agosto de 2014

El dolor de un recuerdo, vivido en la inmensidad de un espacio, en la apertura del aire y en la conflagración de los vientos: hoy, paseando por el parque recordé un puñado de situaciones engorrosas, fracturadas, fragmentadas y perdidas de la relación con mis fantasmas. El tema de esto, es cómo esto estaba vinculado inmediatamente con la materialidad del espacio vivido, del lugar habitado y comprendido de forma íntima. Habían rastros de mi intimidad allí en el parque, restos inconfesables, terribles y que inspiran temblores, tiritos, miedos, ojos secos, gargantas amargas, retorcidas, amarradas, ceños fruncidos, ceños abiertísimos, miradas perdidas, largos momentos de silencio entre las palabras, interrupciones, titubeos estúpidos, cabezas a gachas, miradas frontales inexpresivas, deseos infinitos, insospechados, desprecios a la felicidad ajena, el deseo de la soledad de otros, la ira del desengaño, la deshonra, el espesor de la amargura, la desición de la angustia, la terrible desazón de la porquería, de lo estúpido, de lo mínimo, de la banalidad del mal que habitaba en ella. Además, de afirmar de nuevo, que ese deseo de lo infinito, esa nostalgia por el amor una vez logrado, visto desde la lejanía, desde el vacío de toda vida emotiva, desde el más esteril rincón de la vida que no es vida, que es pura huida, pura lejanía infinita, terror irreconciliable con el todo de la maravilla, con su inaprehensibilidad, la ira que provoca su fugacidad, el dolor de la esperanza de que todo amor, quizá vuelva una vez más a mi.
La palabra no tiene sentido luego de haberse encontrado con el espacio. La palabra es interrumpida en el espacio por su presencia, porque lo único que está presente en ese momento es la marca de una ausencia, el trazado de un texto que no puede volver a ser reconstruido, donde la ausencia de sus protagonistas y la ausencia del yo mismo que vive ese acontecimiento, que se entremezcla con ese espacio y se invisibiliza y se abyecta, se parte, se vuelve fragmento hasta lo más inconcebible e inaprehensible.
Toda palabra, se vuelve un sudor, el sudor del silencio incómodo: que el del silencio desesperante, insuflado de palabra, lleno de experiencia y que refleja la total alienación del presente a un pasado que ya no me pertenece a mí, que no pertenece al sujeto en primera persona: he ahí un pasado completamente vivido, convivido, pero desde la más pura horripilancia y temor, desde la afectividad más primitiva y desde la ventisca más fría.

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