... y como dijera Borges: a por la sombra de haber sido un desdichado

extínguete...

entre gritos de silencio, pero extínguete...

a ti te dedico el alfa y el omega de todas mis golgotas nocturnas...


He de sobrevivir a todo, aunque el hecho de morir en tus labios silentes, en tu mirada que no mira, en tu alma que no ama... me atrae más, quizá más que toda esta soledad. No importa: la arrogancia revertirá...

...si ya hubiésemos superado la heteronormatividad

martes, 19 de agosto de 2014

 

El entrecruzamiento de la palabra, la conversación fluida, la cuestión de cómo aparece a ratos en fluidez misma de la palabra la inconmensurabilidad de lo distinto y con ello, el deseo de la otra. Yo creo que en el fondo, lo que nos hace heterosexuales, es justamente nuestro gusto por lo otro, por todo aquello que no podemos vivir nosotros mismos. En ese sentido, una heterosexualidad es más que una condición dominante y positiva de la reproducción humana, sino que también es la determinación de la relación con la otra, como otra necesaria. Trascendiendo el espacio de la heteronormatividad general, social, institucional de la intimidad, lo que hay en la heterosexualidad (y que sólo se puede descubrir sólo cuando se suspende su normatividad) es la relación de lo diferente, de lo distinto, la fascinación y el deseo de aquello que no puede interpretarse en primera persona. La corporalidad misma de la mujer, como deseo bien, pero sobre todo como distinción radical de lo que no soy ni puedo ser yo, es lo que causa mi principal fascinación: el gusto por la suavidad (sea esta fruto de una normatividad institucional y comercial, o sea fruto de la dedicación a la tierra, antes que a la casa, como una cuestión no biológica, no natural, pero no por ello, meramente normada desde la dominación) y por la flexibilidad del cuerpo femenino. La mujer así constituida como deseo, no debe ser comprendida tan sólo desde el nivel ideológico en el que la mujer es tan sólo un objeto de deseo, sino que también, como deseo activo que constituye su deseo en su volverse al otro, pero también, como el otro se vuelve hacia ella en su cuerpo, en su objeto. No hay más normatividad posible que el orgasmo. El problema estaba en cómo el cuerpo femenino era visto como objeto de deseo, pero que a la vez, no tenía un deseo que cumplir, que ordenar, que pedir. Si este deseo se incluye a su vez, en la dinámica de la constitución  ontológica del cuerpo femenino, que ya no es pura respeccionalidad, puro ser-a-la-mano, se vuelve también un momento de apertura, de existencia y con ello, una posibilidad de trascendencia. La heterosexualidad y la homosexualidad, lo que encuentran en común es esta trascendencia, ya sea desde lo uno a lo otro, o sea de lo uno a lo uno. En el segundo caso, es más bien, una trascendencia inmanente: el cuerpo experimenta el placer idéntico, dónde lo que varía es el rol. Sin embargo, en el primer caso, el cuerpo queda en su condición de trascendencia desde el punto de vista de la constitución de sí en la relación del uno con la otra, vale decir, en la dimensión supranormativa de la sexualidad, se encuentra también el espacio propio de la ética, que más que tener que ver con la virtud, tiene que ver con la relación con la otra. No tan sólamente la otra del rostro, la otra del cuerpo, es también, la cuestión de cómo nos relacionamos con lo distinto, con lo opuesto, con lo que no podemos comprender, con lo extraño: y ahí es que se devela la cuestión de que el cuerpo guarda en sí la clave de comprensión de cómo puede relacionarse lo otro con lo otro, el otro que soy yo, el otro partido, fisurado, irreconciliado con la otra, que a la vez, siempre se le experimenta como una, pero que de suponer algo, está también en la condición de fisura del cuerpo, del yo, de la voluntad. Nadie puede responder quién es ese al que llama 'yo'. Pero sí puede hacer que aparezca la cuestión establecida allí como relación, como entramado, como texto.

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