Luego de haber sentido una descepción sexual castrante y nauseabunda... pensaba... no puede ser que no pueda haber persona que se adecúe a mi tiempo. Seguramente aquello es más de la mitad de mis problemas con el mundo: jamás estoy a su tiempo, siempre necesito más tiempo, siempre requiero absorver lenta y dedicadamente el tiempo, acariciar con el tiempo, con la duración, las más recónditas profundidades del ser del mundo. Es así, como siempre la lentitud, el apego y la obsesión se vuelven una forma de hacer que mi tiempo pase tanto más lento, escabroso y tortuoso para el resto del mundo. Es que el mundo no tiene tiempo que perder y yo jamás dejo de dar mi tiempo a quien sea que esté conmigo luego de pasar por mi filtro. El tiempo mismo, como una extensión infinita, siempre me es necesario darlo, ya sea para otro, ya sea para mí mismo. El tiempo es donado, siempre. Se comprende cuando el tiempo no se dona, cuando no se da, cuando no se le tiene. Hay muchos tiempos que no se pueden tener: no hay peor idea que la autodestrucción del tiempo, en una donación absoluta con el amante: cuando se da el máximo de tiempo al amante, el tiempo pasa de ser tiempo a una bomba de tiempo: no hay forma más de esperar, que el desesperar en el momento en el que todo ese tiempo se da vuelta sobre sí mismo, porque ese tiempo de intensidad, pasa a hastío, a violencia, a olvido o en el peor de los casos a matrimonio, a deshonestidad, a cinismo barato y falsedades infinitas.
El tiempo y el amor, no pueden ser infinidades juntas, sino geométricamente perpendiculares: deben cruzarse, como funciona el amor, por el entre-cruzamiento, permanecer en el querer juntarse, juntarse, lo más posible, con-penetrarse, amarse, contenerse, pero siempre como un ideal. Gran parte del tiempo amoroso, necesita de ausencia, de lejanía, de incerteza, de suspenso, en general, de cualquier amague, cualquier movimiento que haga que el amor pase del paralelismo a la perpendicularidad. La perpendicularidad marca un encuentro, una apertura. El paralelismo guarda en su matriz sintomática la ausencia de un encuentro real, la imposibilidad del juntarse de las líneas, hasta el infinito. El paralelismo es el resultado de un amor que busca que todo tiempo, sea el mismo... que cada tiempo, sea un tiempo junto, que cada línea sea absorvida por la extensión de la otra y que permanezca junto a ella, pero... sin tocarse, sin encontrarse, porque nunca se han separado, pero por ello mismo, nunca pueden unirse. El amor, el encuentro y la pasión en general, necesita de ese entre-cruzamiento, que surge del desencuentro. No hay re-encuentro sin desencuentro, no hay encuentro en tiempos que viven siempre juntos.
Por otra parte, es necesario el deseo constante de que los tiempos sean uno sólo. Es necesario quererlo, pero, en pos de un amor perfecto, se debe quererlo, querer lograrlo, pero -quizá- fallarlo intencionalmente. El tiempo siempre unido es el deseo más profundo de los amantes: el de ser un sólo ser. Pero así como a fin de cuentas es imposible, mientras más se parecen los tiempos, más paralelos y con ello, jamás se encuentran. Mientras más jueguen a la diferencia, al acercamiento, al alejamiento y sobre todo al des-alejamiento, el amor será un momento de unión, un sucedáneo liberador.
... y como dijera Borges: a por la sombra de haber sido un desdichado
extínguete...
entre gritos de silencio, pero extínguete...
a ti te dedico el alfa y el omega de todas mis golgotas nocturnas...
entre gritos de silencio, pero extínguete...
a ti te dedico el alfa y el omega de todas mis golgotas nocturnas...
He de sobrevivir a todo, aunque el hecho de morir en tus labios silentes, en tu mirada que no mira, en tu alma que no ama... me atrae más, quizá más que toda esta soledad. No importa: la arrogancia revertirá...
martes, 6 de mayo de 2014
Lo lamenta:
ira de Tifón
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