... y como dijera Borges: a por la sombra de haber sido un desdichado

extínguete...

entre gritos de silencio, pero extínguete...

a ti te dedico el alfa y el omega de todas mis golgotas nocturnas...


He de sobrevivir a todo, aunque el hecho de morir en tus labios silentes, en tu mirada que no mira, en tu alma que no ama... me atrae más, quizá más que toda esta soledad. No importa: la arrogancia revertirá...

El durmiente y su cama

sábado, 12 de abril de 2014

Pensaba, que no soy capaz de reconocer racionalmente la extraña expresión horrible del durmiente. Le cubre una capa bizcosa de sudor y yace sobre un lecho por un tiempo irracional. Cualquiera que se pare a contemplar a un durmiente sabrá que con el tan sólo ejercicio de poner entre paréntesis la idea de cuántas horas debe dormir la gente diariamente, le parecerá siempre que el tiempo del durmiente es un tiempo absurdo. No hay nada de excitante, ni de atrayente, ni de cariño siquiera en el ejercicio de compartir un lecho, con el sólo objeto de dormir ya que no es una experiencia estética para ninguno de los que yacen juntos. Ni del que se encarga de observar, porque siempre encuentra en el otro una expresión horrible, un sudor irracional que aparece incluso en los inviernos más fríos, un rostro podrido por el cansancio, el peso de la noche, la monotonía del día, el desajuste de la hora y el propio cuerpo, la ausencia apesadumbrada de una palabra dirigida a un tu, la referencia siempre implícita a la muerte del que duerme, y la incapacidad de toda dinámica de comprensión. Durmiendo nadie comprende, durmiendo no hacemos más que suspendernos ante la desnudez de nuestras fantasías de lo nocturno, de lo nauseabundo y lo temible. Un buen sueño también es un momento de temblor: como de todo lo bueno, no sabemos nunca cuándo puede acabar y esperamos con ansias poder ver los límites de lo que experimentamos como propio, como acogedor, como completamente hecho de maravillas. La gracia de lo maravilloso, de la belleza intensa, está en su acabamiento: no hay momento intenso que dure mucho, ni relación extasiante que pueda comprometerse con los confines de este universo. Quizá obra del resorte envidioso de los dioses, o de la tan natural constitución autodestructiva de lo maravilloso, tienen vida corta, se acaban rápido. No como la noche del que contempla el dormido, el cuerpo dormido, el cuerpo muerto, incierto, incomprendido, casi compuesto de pura extensión, desprovisto de toda consciencia. El cuerpo dormido es una fantasía del cuerpo despierto, del cuerpo del sueño fragil, que no busca más que mantener ese sueño profundo del durmiente, que se extiende más allá de las fortalezas de toda temporalidad razonable. A decir verdad, no hay más que en el cuerpo dormido, esa falta de consciencia, ese puro cuerpo arrojado a la inanidad de la cama, que con una absorvencia poderosa mantiene al durmiente en sus límites, sin jamás poder liberarse de él, la cama es esa irracionalidad pretendida del cuerpo dormido, la de ser pura extensión. El cuerpo dormido quiere ser cama, en algún momento, quiere fundirse con ella, hundirse totalmente en su fondo y jamás salir de ese sudor asqueroso que es su anatomía, su constitución más certera.
La cama del cuerpo y el cuerpo de la cama, son momentos fragmentarios de eso que llamamos aquí la verdad de lo nocturno... y es que, de pronto hay cosas que no puedan ser más que la propia y constante elucidación de que aquello que llamamos nocturno, es algo esencialmente diferente de todo el resto. De todo lo que llamamos durante el día, o incluso, por la mañana...

0 lanza en mi costado: