... y como dijera Borges: a por la sombra de haber sido un desdichado

extínguete...

entre gritos de silencio, pero extínguete...

a ti te dedico el alfa y el omega de todas mis golgotas nocturnas...


He de sobrevivir a todo, aunque el hecho de morir en tus labios silentes, en tu mirada que no mira, en tu alma que no ama... me atrae más, quizá más que toda esta soledad. No importa: la arrogancia revertirá...

yo

sábado, 12 de abril de 2014

Es cierto eso que dicen, que aquel que se ha sumergido alguna vez en las profundidades del infinito abismo del yo, jamás podrá salir. Es cierto, pero no es tan obvio, la profundidad del yo, la consistencia, la densidad, lo abismal del yo es un objeto horroroso, no hay cómo meterse ahí, sin haber caído, sin haber errado, sin arrogar una sumisión infinita a ese espectro profundo y desvalido del yo, que vive detrás de las puertas de cada rincón, en cada sala, en cada momento perdido en los confines del alma. No hay cómo salir de ese yo, de ese habitáculo vacío y perdido, una vez que ya se ha rendido sumisión ante uno de sus momentos. El yo y sus momentos incendian poco a poco la experiencia consciente, la hacen retroceder, revisarse, perderse... la inacción, la contemplación del propio yo, la disección del yo es un momento de esas profundidades insondables del yo, que se expande en su inacción, en su examen infinito, en su reciclaje de historias, en sus recuerdos, sus olvidos, sus penas, sus miserias, sus llantos, sus risas, sus carcajadas, sus aprobaciones, asentimientos, promesas, fallas, glorias... hasta quedarse, nuevamente con otra versión del yo, otro momento del yo, otra parte, de esa multiplicidad infinita de fragmentos que llamamos yo que tiempo a tiempo se cortan, sin jamás poder encontrar sus hilos para poder unirlos...

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