... y como dijera Borges: a por la sombra de haber sido un desdichado

extínguete...

entre gritos de silencio, pero extínguete...

a ti te dedico el alfa y el omega de todas mis golgotas nocturnas...


He de sobrevivir a todo, aunque el hecho de morir en tus labios silentes, en tu mirada que no mira, en tu alma que no ama... me atrae más, quizá más que toda esta soledad. No importa: la arrogancia revertirá...

convivencia y soledad

domingo, 5 de enero de 2014

La convivencia es extremadamente difícil: esa disposición de recursos, y entre ellos el tiempo, que se pide en cada relación cooperativa guarda una cuota insaldable de vacío legal, de punto en el que no se puede exigir explícitamente, de punto en el que por pedir te vuelves psicópata, que es dificilísimo guardar una igualdad, aunque sea a medias y entre comillas. La igualdad que pide, toda convivencia, por ser imposible y la posibilidad concreta que se muestra de ella, se debe mostrar como la única (siempre desigual, siempre a medias, siempre con insatisfacciones viscerales a largo plazo) que siempre, es preferible la soledad. Puede ser una soledad acompañada. Claro está que siempre de otra soledad. Pero más allá de eso, no hay más que la soledad propia, imperdible, inconmensurable e infinita, en la que te encuentras. Quizá cada noche, a lo mejor cada día, en el que sabes que la vida es algo más que un momento perdido del vacío. En el que cada momento lo vives y lo mueres solo, a fin de cuentas, rascándote tus propias mugres, mugiendo tus propios dolores y llorando tus propias penas. La amargura de cada día, no puede ser sabiamente compartida, y estúpidamente, produce una estúpida amargura, un mal genio que no es un mal genio solemne y sabio, sino que es estúpido y pobre, perdido, trastocado, enfermo. No es la solemnidad de la melancolía, es la estupidización desesperada y desesperante de una depresión. Estar en el elegante y sutil límite de la depresión, es vivir en la levedad melancólica, desencantada, suave, con toda pena lenta, erosionadora, pero lenta. A cada momento, esa levedad absorvente, al ritmo de la música y con los colores de una impresión. Totalmente borroso, nada de nitidez, nunca una claridad, jamás un punto firme, nada más que el colindar de distintos grados emocionales, totalmente perdidos, sin encontrar palabras que logren expresar, sin encontrar más que la palabra que convive, una vez más, con esa experiencia. Pero que jamás la expresa, jamás la acaba, tan sólo la roza, por sus extremos, sus márgenes, sus mentiras.
Y es que la única convivencia posible, al fin y al cabo, es la no menos deshonesta, convivencia entre la palabra que roza y la soledad que se vive. La melancolía debilmente atrapada, de un estado esplendoroso de soledad, de completud, de unicidad. Todo ello, en y desde el fragmento.

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