El pecado de la acidia, tematizado desde la edad media como una cierta forma de vida asociada astrológicamente a Saturno, que a su vez, designaría más tarde la melancolía. El paso desde el pecado de la enfermedad mortal kierkegaardiana de la desesperación, ese estado natural del hombre de tener un yo y no alcanzarlo, de vivir en una permanente insatisfacción de la Gracia de Dios. Es el des-gano, la falta de deseo que es el principio de la inacción y de la pereza. Esa insatisfacción des-temporalizada del tener un yo, y no levantarse para alcanzarlo, porque sabes de antemano que no puedes ni alcanzar ni acceder a él. El deseo permanente, pero ya de un objeto perdido, pero que nunca se ha perdido, porque jamás se le ha poseído. Es la dinámica en la que el deseo se incluye, mediante su exclusión: hay falta de deseo, porque el deseo -en este caso-, es de lo inalcanzable. Un estado de realización en el yo, en la satisfacción por Gracia de Dios, que es, al fin y al cabo, lo mismo.
El acidioso no se contenta jamás con lo alcanzable que hay en el mundo, no se contenta con nada por lo que pueda alcanzar con la mano. Se contenta, finalmente, con aquello que excluye, para incluir. El acidioso se contenta con la exclusión del deseo originario, de volverse Uno; para devenir satisfecho, quizá mejor dicho, resignado, a su propio estado de enajenación de no alcanzar ese yo perdido, jamás tenido.
La acidia hace que todos los plazos no se cumplan, hace que las proyecciones no sean claras temporalmente, hace que las metas se difuminen y sufran de inconstancia, desgano y desempeño perezoso.
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Melencolia - Albrecht Dürer (1514) |
La melancolía, emparentada astrológicamente con este demonio meridiano, forma a los hombres de genio con sus males, entre ellos la perturbante lascivia incontrolable de desear el sexo y de extrañarlo, poseerlo como objeto desposeído, recordarlo como momento que no puede repetirse, momento que al recordárselo se le consume, se le devora y se le incorpora como propio. Pero como perdido. La resolución final del melancólico es recuperar el objeto perdido destruyéndolo, para retenerlo dentro de sí, mantenerlo como un recuerdo, pero jamás como una actualidad real. Y así seguir en la dinámica perversa del canibalismo y del sacrificio divino, en el que lo sacrificado se incorpora en el melancólico mediante el éxtasis. Leí tanto a Agamben que no puedo dormir, lo vengo leyendo desde la tarde, no he parado... no quiero terminar el libro. Me obsesioné melancólicamente, de hecho, con el libro: devorándolo, exterminándolo es que lo incorporo. Lo he leído tan rápidamente, que sé que las cosas con las que pueda relacionarlo a futuro, me abrirán la yaga de haber leído tan rápido algo, de manera que olvide la puntualidad de cada asunto como para abordarlo. Leí tan rápido que sé que perderé el recuerdo y esto es una latencia nocturna de cómo ese recuerdo se difumina con la escritura. Ya lo decía Platón: la escritura es farmakón para el recuerdo. Es decir, la escritura envenena la memoria, la extermina. También la vivifica, aunque deformándola, trastornándola, apropiándola. El ejercicio de la escritura -en la verdad nocturna- tiene que ver con esto que Platón tan bien había visto: con que la escritura es tanto olvido, como recuerdo. Ahora que escribo, incluso sobre estas cosas que parecen tan abstractas y vagas, la recuerdo a ella, al mismo tiempo que la olvido: me parece que me refiero a ella, cuando escribo, lo noto, enfatizo el recuerdo, lo abordo conscientemente, y mientras lo hago, me parece tan insignificante, me parece tan puta, me parece tan hermosa. El principio de no contradicción, a esta hora es un fantoche, lo que sucede aquí es un momento que profetiza la superación de esa contradicción. Sé que en algún momento, no habrán tantas contradicciones acerca de ella, acerca de Ella, acerca de ella/s. Pero ahora permanezco viviéndolas, a todas ellas, las contradicciones, las ellas. Y justamente, la misma dinámica de Agamben: mientras más la incluyo, termina, a fin de cuentas, excluida, cosificada, hecha fetiche, hecha broma, hecha jugarreta.
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