... y como dijera Borges: a por la sombra de haber sido un desdichado

extínguete...

entre gritos de silencio, pero extínguete...

a ti te dedico el alfa y el omega de todas mis golgotas nocturnas...


He de sobrevivir a todo, aunque el hecho de morir en tus labios silentes, en tu mirada que no mira, en tu alma que no ama... me atrae más, quizá más que toda esta soledad. No importa: la arrogancia revertirá...

Una arrogancia fundamental

sábado, 10 de noviembre de 2012

 

Deshonra y deshora. Deshonra con la que se despliega la parte de ti que perdiste en otro; deshora de cuando no se sabe cuándo se fue. La deshora, debe dar igual, pero no da igual. La deshonra no puede dar igual, si da igual, ya no existes. Es la resistencia de tu existencia la que llama al llanto por la deshonra. El orgullo, la vida bruta, la vida ardiente y violenta es la que te quita el sueño, cuando puedes sentirte orgulloso de ser quien eres.
Sentirse orgulloso de ser quien se es, es la pre-disposición fundamental a la deshonra: si estás realmente convencido de la deuda que el mundo te tiene, la deshonra te quitará el sueño a diario. No hay que huir de ese insomnio enorgullecido, de ese grito y de esa ira maligna por sus efectos dolorosos. Es la forja del espíritu fuerte, de la arrogancia fundamental. Una arrogancia fundamental, así me gusta llamarla. Es distinta de la arrogancia moral, que se restringe a la relación que va desde sí mismo, hacia la otra. No. La arrogancia fundamental es la relación que tiene el ego con el sí-mismo (sí, esos dos polos heterogéneos) respecto a la deuda impaga que le tiene otra. Es una experiencia distinta y distante de la acción misma de la arrogancia: porque es una expresión de la vida interior, que no se expresa más que ocultándose.
La arrogancia fundamental, debe ser -lejos- la más oscura de las sensaciones. Diría que incluso más que la de la envidia cainita. Es más violenta, amenaza con absorver con el cuerpo a todo el mundo, en un apetito destructivo sobrenatural. Aniquilarías tu propio cuerpo con la violencia divina de la lentitud. Arremeterías contra tu propio ser hasta dejar de tu carne hecha jirones sobre el suelo, y beberías tu sangre con fervor erótico y risas descabelladas. Lamerías tus extremidades desde el piso, no te agotarías jamás de aniquilarte, de destrozarte, de volver toda esa perversa sensación en contra del kósmos, contra ti, contra tu cuerpo en tu alma. El alma ya está hecha jirones, sólo falta volver a unir sus despojos con los del cuerpo. El lento suicidio es una idea tan romántica, que su puesta en escena, parece una reaparición de la tragedia en el cine. De nuevo, la deshora, el momento inapropiado, el momento que no debió ser. Deshora de llegar ahora mismo, siempre llegar tarde (nostalgia), o demasiado temprano (ansiedad). De todas maneras, este tiempo, debiera ser otro tiempo. El presente es una condena, todo otro tiempo representa consuelo para el arrogante fundamental: o es un retardado nostálgico o un necio y excesivo creador de futuros. Da igual, la vida siempre a estado en otra parte.

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