La agonía del suspenso, del despertar a medianoche, desentendido de todo tiempo, desentendido de tu propio sueño, desentendido del mundo que te rodea, hasta encontrar la forma en la que puedes desenvolver tu desesperación para yacer frente a un bello cumplido, o vivir en una rabia alegre, en una destructiva vitalidad, en una rabia divina, en una ira de dioses. La verdad, las formas de alivio en este estado, son cada vez más interesantes, pueden ir de la autoflagelación, hasta el delirio surreal, pasando por una furia sagrada y algo de gritos mudos.
El suspenso, es el estar tendido, es el estar estirado, es el estar siendo ampliado en la indeterminabilidad de las posibilidades, la angustia le va de la mano, si se habla de este suspenso... (el otro suspenso, la epokhé es la única forma legítima de felicidad); esa angustia y ese suspenso, resquebrajan el fondo de la identidad, no la dejan tranquila, no la dejan reposar en una sola parte, no la dejan recidir en su núcleo uno, en su indivisivilidad, que es la tranquilidad cínica. Para el cínico, todo es uno.
Pero la angustia de noche, cuando debieras estar más tranquilo, no es sobrellevable: la verdad es que no vale mucho la pena acostarse, si te vas a revolcar sobre tus propias ideas y despiertas de la nada. Así no se puede, así no se puede, así no es posible... así no... No...
La noche, es el lugar bello, adecuado de la angustia. La hora del lobo, es esplendiente, brilla por su oscuridad... pero... cuando en el día, a pleno sol, afloran esas ideas, que calan hondo en tu intestino y no te dejan moverte con la levedad que es necesaria. Todo se vuelve pesado, el tiempo se vuelve eterno, y ya se extingue todo instante: no puedes moverte, no puedes hacer más que perecer, que comparecer ahí en tu puesto, observando el devenir y parecerle aislado. Cuando hay angustia, todo devenir pierde su levedad. Todo devenir es molesto, porque la angustia es el momento previo al movimiento, es la tranca que hace que no naveguemos con todos los mares y aceptemos su inocencia de cada momento que se pierde, cada momento que se gana por ser sí mismo y por resplandecer él mismo, como momento, y nada más que momento.
Toda eternidad es horrorosa en angustia y en ansiedad. El futuro tiene que estar cerca, tiene que estar medio pisado, estar-a-la-mano, ser parte de tu presente, para poder estar tan ansioso, para despertarte con ese suspenso, para morir cada mañana y renacer en el sueño, para el olvido.
Ahhh... el olvido, que palabra más hermosa, susurrarla en medio de esta angustia es un placer majestuoso, es un manjar que se pega a tu paladar y te hace recorrer las zonas de tu alma que yacen en la tranquila nada. Donde no hay algo que se haya impreso en ellas, ojalá descansar constantemente y a voluntad en esos espacios vacíos del alma, en el olvido del olvido, en la memoria débil.
Pero no: la memoria fuerte hace que este tormento se multiplique, hace que la noche se haga intransitable, hace de ti una partícula desintegrada inmersa en la totalidad de los fragmentos de una noche. Una noche es pluriforme, pasa de la angustia, al tormento, a la calma, a ratos, a la alegría, a la aventura, a la risa, a la furia inmensa, al descontrol autoflagelante...
La verdad, no sé qué haría sin escritura, sin poder surcar en el alma surcada por la experiencia. La escritura que re-surca los surcos que deja la vida y su ausencia. Esta hora del lobo, se multiplicaría por un millón de decenios de tiempo ctónico... cada cual se siente un dios antiguo cuando puede vivir esta hora y la sobrevive. Quizá muera un par de veces en esta hora, y el tiritar de mis piernas, el pánico, el miedo, la angustia, te vean superado. Pero no importa: es de noche. A esta hora, todo cobra la importancia de la verdad nocturna. Y toda verdad nocturna asegura su vida en el momento profundo de la noche, en que la luna esconde su luz tras las nubes y se esconde para jamás poder volver. La luna no existe en la oscuridad de una noche como esta, sólo existe el destello de la palabra, de la scriptura, del surco, de la carne abierta en la que se basa, y la herida viva en la que reside.
En esta hora, toda palabra está en esa herida (¿o es ella misma esa herida?) El fondo profundo en el que yace, no es lingüístico, se resiste a llamarse espiritual, o tan sólo erótico o amoral. No. No es reductible a estas formas: el fondo último del sentido de esta escritura íntima, no es íntimo. La realidad reside en la hora misma del lobo. La hora más larga de la noche, en la que la mayor cantidad de niños nacen, y la mayor cantidad de personas muere: la Hora del Lobo es el momento de la noche, en el que cada segundo se hace eterno, y en el que mirar un reloj directamente en un lapso de un minuto, suele insinuar la huída del suicidio...
... y como dijera Borges: a por la sombra de haber sido un desdichado
extínguete...
entre gritos de silencio, pero extínguete...
a ti te dedico el alfa y el omega de todas mis golgotas nocturnas...
entre gritos de silencio, pero extínguete...
a ti te dedico el alfa y el omega de todas mis golgotas nocturnas...
He de sobrevivir a todo, aunque el hecho de morir en tus labios silentes, en tu mirada que no mira, en tu alma que no ama... me atrae más, quizá más que toda esta soledad. No importa: la arrogancia revertirá...
sábado, 10 de noviembre de 2012
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