La mirada, por más que se la piense como pura pasividad, en ocasiones, es también violencia. Hay miradas que logran destruir cualquier barrera, cualquier convencionalidad... hay miradas, que logran penetrar en la profundidad en la que se posen y... las miradas más violentas, son aquellas que logran llevar hacia afuera, desde la indiferencia y el desprecio. Hay miradas adiafóricas y miradas in-differantes. En otras palabras, hay miradas que no importan, cuya indiferencia es indiferente, y hay miradas cuya indiferencia es capaz de llevarlo todo a la diferencia, por ello no es casual que el mundo de la vida media, requiere de miradas re-traídas, miradas re-petidas, miradas que son costumbre, que son hábito, que pertenecen al umbral plomo de cada día -que no es ningún día- y se restauran a medida que se pestañea, en que se ahoga la consciencia por menos de un milisegundo, sucesivamente, con un ritmo no afectado.
Cuando el parpadeo es afectado, puede ser un minuto por un parpadeo, y luego los ojos cerrados, la mirada obnubilada, la tristeza... o puede ser el punto fijo, la pensatividad, la mirada que se posa en un objeto hasta poseerlo en su perspectividad...
La mirada afectada es la mirada que duele, a veces, otras, la mirada dolida. La mirada que se sufre, porque es -ella misma- un principio activo, no tan simplemente porque nos comunique con lo otro, la mirada no es sólo un medio, sino que también es un fin. La mirada de la otra, que sabemos que no es la otra, es la mirada que asimilamos, la mirada misma. La mirada sola. La mirada en su materialidad virulenta... esa es la mirada in-differante, la mirada que diferencia en su indiferencia, la mirada cuya indiferencia no puedes permitir ver y que no puedes tolerar que se pose sobre tus ojos. Esa mirada, cometida o sufrida, es siempre, una mirada que afecta, porque trans-grede, pasamos desde adentro, a salir hacia afuera cuando somos afectados, nos enajenamos. La mirada aquella, abre, desgarra, explora, quizá no se detenga mucho tiempo como la pensativa, pero aun así, explora. Es una mirada que no quisiéramos sufrir, porque preferimos quedarnos adentro. Preferimos quedarnos con nosotros mismos, y no salir afuera... no despertar de la noche del sí mismo, ante el amargo amanecer de la otra. La vida, con esa mirada, no puede volver a ser la vida por sí, sino que siempre se vuelve una vida para-la-otra.
La violencia de la mirada, transgrede, desgarra, saca y sacando abre. No abre a lo otro, abre a lo mismo, que tiene que salir, que tiene que entregar, que debe exaltarse, debe buscar, debe explorarse ahora que está afuera, es el verse las tripas luego de ser acuchillado violentamente. No puedes no ver tus tripas cuando te las han sacado afuera, de la misma manera que no puedes dejar de ver tu ego herido cuando lo han lanzado hacia afuera con la violencia pura, que es esa mirada.
La vida cambia, pero la vida es la misma: nada puede cambiar demasiado, sólo está la desesperación por el cambio, pero el cambio mismo es imposible: sólo se cambia todo-como en un estado de fiebre ascendente-, para que todo, otra vez más, vuelva a ser exactamente como era antes y seguirá siendo siempre. Por ello, la sóla mirada insoluble, ella misma sola violencia, ya es un fracaso, ya es un sacar de sí el ego, pero por ello mismo, logra des-cubrir así la subjetividad...
La subjetividad desnuda de ego es el resultado de esa mirada. Es el cuerpo destripado, es el momento de la reflectio, ya no objetivante, sino que la reflexión del fundamento. El origen, en eso puede pensarse, cuando por fin, hemos lanzado al ego fuera de nosotros, pero aun, teniendo asilo en nuestra carne...
La vida vuelve y no vuelve a ser la misma, con la violencia de la mirada, y la mirada de la violencia re-vuelve cada vez, para el retorno de la vida perdida que hay desde la nada en la que parte, hasta esa nada en la que terminó. Luego de haber pasado por la nada del intertanto...
... y como dijera Borges: a por la sombra de haber sido un desdichado
extínguete...
entre gritos de silencio, pero extínguete...
a ti te dedico el alfa y el omega de todas mis golgotas nocturnas...
entre gritos de silencio, pero extínguete...
a ti te dedico el alfa y el omega de todas mis golgotas nocturnas...
He de sobrevivir a todo, aunque el hecho de morir en tus labios silentes, en tu mirada que no mira, en tu alma que no ama... me atrae más, quizá más que toda esta soledad. No importa: la arrogancia revertirá...
jueves, 1 de noviembre de 2012
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