Recuerdo haber visto en televisión, el relato de James Hamilton, un sujeto que había sido abusado sexualmente por un sacerdote llamado Karadima... James contaba que el sacerdote estaba totalmente convencido de que el Padre Hurtado le había dado un don, que le permitía juzgar y experimentar las vocaciones sacerdotales de los jóvenes a través del acoso...
Seguramente, él está convencido de su don, y yo ni siquiera dudo que lo tenga o no. El problema está en la imposibilidad de saber cuántas veces ha pasado, que hay quien ha obrado lo que se concibe atroz, pero estando convencido de que está haciendo lo más legítimo y correcto, que estña haciendo el "Bien".
Quizás cuántas veces hemos sido un Karadima, un tocado de la gracia de Dios que lleva a cabo la atrocidad delirante, usando el poder llevado a su máxima expresión: la violación. El problema, pareciera ser no sólamente moral, ni menos aun social. El problema se traslada hasta más allá de los márgenes de lo insondable, la pregunta que evitamos, a saber: cuánto tiene que ver con nosotros Karadima, es espeluznante.
Más allá aún de la particularidad de la pedofilia, va hasta el convencimiento de una verdad... su credibilidad...
Sólo hay verdad cuando hay alguien que está dispuesta a creerla. El problema es cuál es esa verdad en la que hemos de creer... y quizá ese sea el hilo conductor de la historia: el de una verdad punzante que no puede proclamarse sin nada más que sangre. Una verdad que no es más que una ficción, en definitiva, el sustrato subyacente a toda psicopatía...
Ahora es cuando debemos preguntarnos... ¿Qué verdad merece ser creída? ¿Cuántas ya hemos creído? ¿Cuánto des-creyó Descartes?
Más vale volver creíble la peor de las mentiras, antes que esperar a seguir creyendo una verdad tan absoluta, tan exclusoria, perdida en la afirmación de 'un resto', Karadima y 'el resto', no hay Karadima sin ese 'resto'. Karadima es completamente incognoscible si no existiese quien le diera la razón, quien le da la credibilidad, la toga y la cruz.
Pero finalmente... ¿De cuánto no nos hemos hecho conscientes? ¿Cuántos 'dones' hemos creído tener para autorizarnos el abuso? y aún más: ¿Cuánto tenemos que ver nosotros con Karadima? Condenar a Karadima, es ser Karadima también.
Entonces, hablo de un dilema peligroso: cuando se condena a Karadima, no se usa ningún tipo de analogía...
Ninguno se ha puesto a pensar que es posiblemente un asesido, un violador o un psicópata. Ni Karadima nunca ha pensado, en su juventud, que iba a vivir otorgándose la potestad de jóvenes cuerpos, a causa de su divino don. Karadima ve la situación, siente y hace. El que asesina, nunca pensó que iba a ser un asesino, ni un psicópata jamás se considera psicópata... Somos ingenuos, inocentes...
Pero ante la ley, somos culpables y de eso no hay duda, es parte de esta vida civil. No obstante, además de la ley, los imaginarios sociales nos culpan como culpables en todo ámbito... culpable absoluto Karadima...
En la condenación de un crimen hay algo más que el miedo de ser víctima del crimen, también está el miedo de ser el victimario...
Todos los criminales somos nosotros, nosotros somos esa violación y ese abuso. Sí, también la señora de la casa, morbosa, se hace la horrorizada por el problema de Karadima, pide la tortura, la muerte, la humillación. No importa lo que Karadima cree, ni lo que piensa, ni la manera en la que ve las cosas. Ante la ley, esto debe ser de esa manera, el problema está en el impacto que estos temas tienen ante el público, ante los espectadores morbosos de un criminal que "por fin tiene su marecido".
Una sociedad de sospecha, es una sociedad de la que se debe sospechar... una sociedad condenatoria, es una sociedad zángana, perdida, condenable.
Ser, en una sociedad, es aparecer como otro. Como un no-yo, como una sombra de lo que realmente se es. Ser esa vieja que cocina escuchando lo que le pasa a Karadima, es ser una vieja que escapa de sus propias manías, de sus propias mentiras, de sus propios deseos, en definitiva.
Esas viejas de mierda, deberían extinguirse... pero realmente seguirán siendo hasta los confines de la eternidad... Con esto ¿Cómo no ser un pesimista?
... y como dijera Borges: a por la sombra de haber sido un desdichado
extínguete...
entre gritos de silencio, pero extínguete...
a ti te dedico el alfa y el omega de todas mis golgotas nocturnas...
entre gritos de silencio, pero extínguete...
a ti te dedico el alfa y el omega de todas mis golgotas nocturnas...
He de sobrevivir a todo, aunque el hecho de morir en tus labios silentes, en tu mirada que no mira, en tu alma que no ama... me atrae más, quizá más que toda esta soledad. No importa: la arrogancia revertirá...
lunes, 6 de junio de 2011
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