... y como dijera Borges: a por la sombra de haber sido un desdichado

extínguete...

entre gritos de silencio, pero extínguete...

a ti te dedico el alfa y el omega de todas mis golgotas nocturnas...


He de sobrevivir a todo, aunque el hecho de morir en tus labios silentes, en tu mirada que no mira, en tu alma que no ama... me atrae más, quizá más que toda esta soledad. No importa: la arrogancia revertirá...

La pasión

domingo, 21 de noviembre de 2021

 

 Hay siempre un trasfondo de pasión en el dolor. Una pasión por el dolor, que clama desde el interior, ante cada vida que busca sobreponerse a la nuestra. Lo más natural, lo más fácil, lo más inteligente, es fluir con las corrientes del mundo, dejarse guiar por la propia falta de voluntad. El dolor, su pasión, la pasión por él, nos distinguen de las fluctuaciones del mundo, de sus ritmos, sus vientos, sus alteraciones equívocas, su propia falta de sentido. En la pasión, el fervor por el dolor, podemos encontrar ese punto en el mundo, en que nos elevamos sobre él, en el que resplandece nuestra propia palabra, nuestra propia respiración, por entrecortada que esté, como lo único que existe, aunque sea solo por unos segundos. Esa exhalación, esa contención también, que de lo aéreo del exterior, se vierte sobre nuestra propia palabra, la manera en que la respiración toca al habla, o bien, la medida en que toda habla es también un modo terrible de la exhalación, que se vuelve palabra, a medio andar, ante una intensidad que no puede ya ser más. 

La pasión por el dolor, sufrir con fervor -no como un momento pasajero, sino como un momento definitivo, un destino inevitable, necesario, cruel-, nos abre la posibilidad de abolir la banalidad superficial de la vida. Porque estar vivo es vivir en la superficie, vivir en los sentidos, en el vínculo. Un dolor apasionante, entonces, te aleja de esa terrible insensibilidad, de la amenaza de una insensibilidad perpetua. La condena del sentimiento a poder desaparecer, la apatía sin virtud reconocible, es lo único que queda en el aplazamiento del dolor, en la sobre-escritura de él. El dolor y sus pasiones vuelven la exhalación palabra y al viento un deseo. En cada bocanada de aire, en cada suspiro entrecortado, hay una terrible afirmación de uno mismo, que no necesita silencio, porque es el silencio absoluto: el ruido constante de la respiración y cada uno de sus deseos, se clavan en la propia consciencia, retumban en sus paredes (porque sí, la consciencia es la habitación propia, cuando está cerrada e inhabitada) como el filo de una brizna que recorta un helecho presto a morir.

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