... y como dijera Borges: a por la sombra de haber sido un desdichado

extínguete...

entre gritos de silencio, pero extínguete...

a ti te dedico el alfa y el omega de todas mis golgotas nocturnas...


He de sobrevivir a todo, aunque el hecho de morir en tus labios silentes, en tu mirada que no mira, en tu alma que no ama... me atrae más, quizá más que toda esta soledad. No importa: la arrogancia revertirá...

Celo de las cucarachas

lunes, 29 de noviembre de 2021

 

 En medio del silencio, el pisar de las cucarachas es insufriblemente perturbador. Toda caja, todo almacén que separe los alimentos de su depredación se vuelve estrictamente necesario. La cucaracha, un animal esplendoroso y terrible, resistente, crujiente incluso, que se antepone con valentía a nuestros restos. Alimaña, peste, de la que todos guardamos con recelo las cosas, razón de ser de cada envoltorio, de cada limpieza en la superficie, de cada mortificación del espacio. Ante ellas, la vida se juega como ese invadir de muerte de todo nuestro espacio circundante. Matar a una araña ante la que nos podría matar en cosa muy breve de tiempo, es limpio, rápido, aburrido. La muerte de cada cucaracha, retumba en todo el cuerpo, advienen ejércitos, deviene una multiplicidad incontrolable, que a cada sustracción avanza. En vez de un CsO, las cucarachas son un cuerpo sin superficie: aun sin ningún interior, las cucarachas no son más que el sonido de su crujir, el silencio de sus pasos, la perturbadora animación que tienen al desplazarse entre los restos insufribles, las motas de polvo, las excrecencias de todo tipo y los diminutos fragmentos de comida. La cucaracha es el ejército que invade la intimidad del hogar, o bien, la casa de Dios, la experiencia religiosa, porque no hay iglesia que no tenga sus cloacas apestadas de ellas, de este arte inteligente y resistente que es una cucaracha, que avanza pese a su propia muerte, que procede por montones, que roe la madera, la tierra, el concreto, que avanza a paso vertiginoso, sin césar, en el continuo devenir, en la horizontalidad existencial, en un vivir sin caída, sin gravedad alguna, solo con dureza y esparcimiento, cubriendo los techos, los muebles, los pisos, las paredes, las ollas, los alimentos, las plantas, la tierra entera. Hay un celo de las cucarachas, donde está su avance, están los repliegues de nuestros hábitos. Nos encontramos con las cucarachas en la seguridad de que lo único que aterra, molesta y mata son ratas y arañas. No, la cucaracha aún sigue ahí, sin espera alguna, comiéndose el verano, reventándote los pies, hasta avanzar por tu cabeza. Su venida procede así: resuena inciertamente, se le resiente por el cuerpo, se le ve (si es que nos deja) y luego nos llega a la cabeza. Un insecto penetrante, que roe nuestra mente con cada pisada, con cada chirrido, un terror inenarrable, casi por excelencia el animal del gore (aunque en realidad es la mantis). Cada avance que tiene, la continuidad de su avance, anuncia nuestra muerte como un acontecimiento indescriptiblemente violento, pero cercano, en cada pisada resiente el miedo, el pavor de lo natural es su propia imagen: la de un ser que crece inevitablemente, que recorre la tierra, que prolifera y transmuta todo en alimento, que es capaz de roer cada milimetro de nuestra tranquilidad, que reina sobre nuestro reino, que se mantiene en nuestra extinción.

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