El corazón que late a la rastra, la penuria de despertar, aunque no sea por la mañana, el sentimiento de que está todo pendiente, de que esperas sin cesar algo que sabes que no vendrá. Esperas algo que no esperas, vale decir, sales del esperar consciente, esperas sin cesar, sin querer admitirlo, sin querer quererlo, sin querer esperar. Espero ahora, la total indeterminación. Y la total indeterminación es un ente ausente, totalmente fuera del rango de la relación. No hay relación actual con ese ente que llamo Alexandra. Aun así, puedo -aún ahora- despertar con su ausencia en mi cuerpo, tambaleante, lamentado, triste, debilitado. Estoy débil. Soy débil, cuando me relaciono con esa ausencia, y es que esa ausencia me sacó de mí. Asumí un papel que no era el mío, y aun no me he depurado totalmente de ese papel. A ratos se hace infinito, no puedo pararlo, contenerlo, ese velo de falsa moralidad, ese deseo de lo materno, esa mirada en el amor, la cercanía de los cuerpos, la sensación de mantenerse en un continuo tiempo en completa comunicación con alguien que quiere hablarte de ella. No tengo a alguien que quiera hablar conmigo ahora, he decidido, finalmente, quedarme solo. Busco una panacea universal para mi soledad, pero no la encuentro: aun estoy solo de ella, mejor dicho que de ella, de Ella. Porque ella no es Ella, pero Ella es ella. Vale decir, Alexandra no es tan sólo ella misma, su cuerpo de figura agradable, desprovista de puntas, de aristas, de planos, un cuerpo que no era solo curva, porque no era la curva lo que vivía allí, era el agrado de lo suave, de la piel que podía tocarse y vivirse, que era parte de la propia piel... y que ahora se ha despedido, que elegí yo mismo no volver a tocar. El fenómeno de la renuncia y la resignación aun no llegan a mí, con toda la felicidad que poseen. Aún vivo en un cierto anhelo de posesión, de tener alguien, de contar con alguien, de vivir de alguien. Necesito, por eso no puedo amar. Pero mal que mal, elegí estar solo, y de estar solo, ahora soy solo. Ser solo, quiere decir, ser único. Estar totalmente cerrado a la conversión, a la conversación. Vale decir, no quiero volverme otro, no me he vuelto hacia otro, no ha habido otra, realmente, hace mucho. No hay forma de relacionarme con lo que tengo de único, tampoco, por eso mismo: porque no he donado lo que en mí yace, como permanencia.
Cuando el yo se detiene, no puede donar nada de sí. No puedo apropiarme de mí mismo, si no es cediéndome: no hay nada en quien no da nada. "Si no tengo amor, nada soy", como dicen los cristianos. Pero a la vez, si tengo amor, nada soy. Si amo, cedo todo lo que soy, para no volverme a mí mismo, para jamás tener tiempo de mí, para mí, conmigo. El yo desaparece en el amor, en el sexo, en la entrega constante. La disolución de lo idéntico acontece en la conversión, en la conversación. Y es que tampoco he conversado hace mucho. No he entregado nada de mí. No quiero nada, la la vez que no soy nada. Estoy completamente desunido del mundo, no tengo nada que entregar, no tengo nada que ser, no hay proyecto. Ese es el problema, en una situación así, no hay más futuro que el seguir en el recuerdo y el anhelo infinito de lo completamente inasible, y que a la vez, se vuelve ineludible. Ahora toda palabra se vuelve nada, todo se escucha, pero nada se recuerda, no hay nada asible, nada con que llenar ese vacío infinito. Y no es que el vacío de la proximidad corporal y la suavidad de la piel sean reemplazables, sino que simplemente, quiero otro momento de maravilla, de satisfacción, de plenitud temporal, y no la he buscado. Tiempo atrás, logré satisfacerme con la conversación. Conversación que es conversión. Pero no, no ha habido tal. El deseo ya ha perdido su horizonte. No hay más que re-volver-se en el movimiento del ser que es el escepticismo. No sería malo encontrar esa epokhé. Pero ya no es posible vivir así. El cuerpo mismo no puede hacerlo.
... y como dijera Borges: a por la sombra de haber sido un desdichado
extínguete...
entre gritos de silencio, pero extínguete...
a ti te dedico el alfa y el omega de todas mis golgotas nocturnas...
entre gritos de silencio, pero extínguete...
a ti te dedico el alfa y el omega de todas mis golgotas nocturnas...
He de sobrevivir a todo, aunque el hecho de morir en tus labios silentes, en tu mirada que no mira, en tu alma que no ama... me atrae más, quizá más que toda esta soledad. No importa: la arrogancia revertirá...
miércoles, 9 de julio de 2014
Lo lamenta:
ira de Tifón
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10:26
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