... y como dijera Borges: a por la sombra de haber sido un desdichado

extínguete...

entre gritos de silencio, pero extínguete...

a ti te dedico el alfa y el omega de todas mis golgotas nocturnas...


He de sobrevivir a todo, aunque el hecho de morir en tus labios silentes, en tu mirada que no mira, en tu alma que no ama... me atrae más, quizá más que toda esta soledad. No importa: la arrogancia revertirá...

Peso

jueves, 30 de agosto de 2012

 

Todo se vuelve peso, cada instante pesa, cada momento, cada espera, cada lamentable trozo de una existencia disuelta que pesa, que pesa incansablemente, a más no poder, acelerando el pulso de tu corazón, volviéndote completamente triste, completamente aislado, perdido en tus propios momentos de caída. La caída no sería dramática sin un peso, el peso le da el carácter de caída a ese desplazamiento hacia lo más bajo a momentos como estos. Sin ese peso, esto sólo sería un delirio estetizante y poco serio. Porque pesa una realidad como esta es que se está en constante caída, ya no de juego, ya no innecesariamente. Cada caída es necesaria, cada sufrimiento tiene validez lógica correcta, cada pensamiento te desliza más hacia el fondo mismo de tu miseria, con su peso.
¿El peso de qué? El peso del que hablo debe ser o de la situación misma, o de lo que se piensa acerca de la situación, o de lo que se experimenta cuando se piensa en la situación. El primer caso es ampliamente descartado, como situación misma no tiene el peso que debería: es sólo la amargura que genera una situación de fracaso como la de hoy, pero eso no es nada nuevo. El segundo caso, no parece convencer mucho: lo que se piensa acerca de la situación, no es mucho... sólo es un torrente de sensaciones vagas sin mucho asidero racional. Es el miedo típico en La Hora del Lobo. Es ese instante en que cada segundo es más largo, en que cada momento se ensancha, en que cada instante se distiende en el tiempo, se estanca, y tu voluntad yace muerta, no tienes fuerzas para poder hacer todo lo que debes empezar a hacer para poder salir de esa caída constante. No te puedes enamorar de esta caída, pues no es estética, carece de belleza y se muestra como una inmolación innecesaria como un perecer por algo, que realmente... no sabe cuánto pereces, ni necesita que perezcas inmolado... piérdete, dice una canción que entona tu alma, todos los días... piérdete, emancípate, dilúyete completamente, desaparece, desármate, vuélvete a la nada, confúndete con todo, no seas nunca más ni un retazo de ti mismo, piérdete, vive el ocaso de lo que alguna vez fuiste con llanto y desesperación, cantando cada lamento, evocando hasta el último fragmento... hasta finalmente, volverte cenizas, hasta renovarte... ¡cuánto extraño esos llantos desgarradores y esa triste ebriedad! Tener una lágrima enrevesada y seca, repartida por todo tu cuerpo sin poder jamás salir, es lo peor... las lágrimas se hacen por todo tu cuerpo, recorren tus manos temblorosas, se desembocan en el dolor de tus piernas, en la pesadez insoportable de tus párpados, en tus deseos de dormir y jamás volver a ser otra cosa, que un ser-en-la-cama, que un ente que se volvió uno con la sábana, que se sostiene en el piso por las patas de madera y que es completamente horizontal... la horizontalidad del ser, ese ser-en-la-cama, esa forma de ser tan disuelta, tan errabunda, tan fuera de toda las vías, tan fuera, simplemente, de vía. No hay vía, no hay proyecto, no hay futuro en esa disolución en la cama... No, la cama es lo peor en ese modo de ser. Completamente es más deseable el llanto devoto, el llanto de rodillas, la inconsciencia, el dolor, el expulsar, el purgar, el lamentarse abiertamente, gritar de dolor, lanzar la podredumbre de tu ebriedad, despedirte de ti mismo, disolverte completamente en el baño, sentirse completamente liquidado, completamente fuera de sí, ni siquiera con todos los recuerdos a la mano, estás sumido en la indeterminación absoluta, en el instante justo en el que se puede volver a ser algo, algo-otro esta vez. Algo que es un dejar-de-ser-lo-que-se-era... por eso era tan renovada la fuerza al otro día, por eso, se podía existir de nuevo al día siguiente, pero ya, de otra manera, ya era distante a lo que ya tenía.
Un dolor de años, le gemía a mi querido amigo, que me acompañaba en ese instante... aun no sé qué quise decir, ni por qué lo pensé así. La tristeza fue el humillante "¿por qué a mi?" que gemía infinitas veces, como si alguien no se mereciera lo peor, como si yo mismo no estuviera completamente capacitado para poder enfrentar todo esto sin corromperme completamente por el delirio y la locura... cuánto querría un momento más de inconsciencia, de olvido, de ser-en-otro-lugar, de perderme en mi modo Gilbert de ser, y ya no serlo más, ya no poder ser más esa hermosa construcción atacada en su identidad a cada instante... Pero no, hay mucho peso, hay mucha densidad, todo esto no puede disolverse, no puedo disolverme yo mismo, no soy volátil con el viento, no soy ya estético, no tengo ninguna flexibilidad... estoy medio muerto...

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