... y como dijera Borges: a por la sombra de haber sido un desdichado

extínguete...

entre gritos de silencio, pero extínguete...

a ti te dedico el alfa y el omega de todas mis golgotas nocturnas...


He de sobrevivir a todo, aunque el hecho de morir en tus labios silentes, en tu mirada que no mira, en tu alma que no ama... me atrae más, quizá más que toda esta soledad. No importa: la arrogancia revertirá...

el dolor de ser palabra

miércoles, 25 de abril de 2012

Lo inútil de expresarse es evidente... volverse hacia afuera, desocultarse, manifestar con la palabra lo que se calla con la acción. Hay ocasiones en que cada palabra es una ocultación, en que cada sonido emitido es sólo la garantía de que podrás seguir ocultándote para tus adentros cada una de las espinas más dolorosas de tu sufrimiento. Pero, es cierto tambien, que no hay otra manera de explorar las profundidades del alma que el concepto y el azote. La única manera es el llanto, el halarido, el grito desesperado, la palabra rasgada, el tiritar de las manos, la mirada triste y sus destellos.
A veces, por más que pretendamos hacer las cosas de otro modo, no tenemos más que la palabra. No tenemos más que las espinas incrustadas en nuestra alma, no tenemos más que el halarido... por más que escapemos de ellos, por más que tratemos de evadirlos, siempre están allí. Siempre están ahí como el vehículo que nos hace capaces de expresar la autenticidad y el retorcimiento de nuestra alma. El acontecimiento que nos tocó, el acontecimiento que nos implicó, que nos retiró de nuestra pésima posición de estar allí dentro, en casa, uno sale, uno ya deja de estar solo siendo el mismo. Ya es diferente. Ya se divide, ya cambia, ya experimenta la ruptura, el desgarre, la pérdida de unidad.
...Y es que cuando uno se parte en pedazos, a veces el lenguaje nos ayude a unirnos un poco, pero sólo a través de parches. No nos volvemos a unir nunca, ya nos destrozamos, el daño está hecho. El regreso a lo que (se) era es imposible. Cada vez, nos volvemos más un partirse, un dividido, un bicéfalo, pero cada vez nos unimos con la generalidad (irrealizable por lo demás) que tiene la palabra. La conveniencia del sufrimiento es que nos abre al partirnos. No somos nada, si no sufrimos, si no nos dividimos, nunca fuimos 'uno'. 
Ningún 'hecho' es el objeto del que uno se desgarra, es sólo su recuerdo, su persistencia en el tiempo. En último término, no hay nada que nos dañe más que nuestra memoria, ni nada que nos haga sentir más estúpidos que el tiempo. La memoria y su tiempo, nos abren, nos hacen insiciones. Mutilados por el tiempo es que llegamos a ser quienes somos, un estar siendo dividido, un estar abriéndose, un estar manifestándose y estar ocultándose. Y la palabra, juega con esto. Diciendo lo que se oculta cada vez, el lenguaje se muestra como el lugar de lo no manifiesto, mientras que es tan pobre y exento de equívocos  viscerales para hablar de lo manifiesto. No es exento de equívocos nunca el lenguaje, pues es el lugar de la diferencia, pero equívocos viscerales son de los que uno vive, cuando habla de su sufrimiento. Nadie jamás te arrebatará el suelo en el que quieres revolcarte de dolor, ten esa garantía. Pero rara vez podrás expresar algo acerca de las espinas que tienes incrustadas en el alma. Hay que revolcarse, hay que usar la palabra tambien... por más que no pueda uno quererlo, la palabra que expresa el dolor, es tambien dolor. No hay forma de fuga, no hay otra salida.

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