... y como dijera Borges: a por la sombra de haber sido un desdichado

extínguete...

entre gritos de silencio, pero extínguete...

a ti te dedico el alfa y el omega de todas mis golgotas nocturnas...


He de sobrevivir a todo, aunque el hecho de morir en tus labios silentes, en tu mirada que no mira, en tu alma que no ama... me atrae más, quizá más que toda esta soledad. No importa: la arrogancia revertirá...

...

lunes, 18 de julio de 2011

...Transgredir límites, buscarse en las periferias del ser, en la superficialidad de la sustancia encontrar inanidades inanizadas, encontrar más motivos para burlarme, de mí mismo y del mundo entero.
Ja! El paso que marca mi territorio de los/as otros/as es una virtualidad etérea e insignificante, erradicada en las palabras vagas de una noche, en el escuchar y en la mirada de la oscuridad de una noche...
No hay ser, no hay contacto entre existencia y existente si no hay una noche perdida entre la vida y la muerte, o bien, una cochambrosa presencia a la que engañar... sea una otra, sea uno mismo. No hay nada, no hay brechas y la superficialidad, esa periferia existencial, es realmente la esencia de la esencia misma...
En la materialidad de la piel, en la húmedad de los ojos y en la simpatía de una sonrisa está la esencia más propia e íntima de una de esas verdades nocturnas.
El conocimiento de sí, erradicado en la superficialidad de la otra, en las palabras vacías y las miradas más hermosas... la cercanía de dos cuerpos hacen que la metafísica se vuelva una concreción de la distancia... la metafísica se encuentra en esa distancia y en esa reserva que precede a la locura que preside ese instante. El instante del todo, se haya en la metafísica de esa distancia, de ese límite pre-transgredido, es esa abertura ontológica, ese ek de la ek-sistencia. El delirio que precede a la continuidad de una pasión infinita y encontrada siempre en esa piel de sí, que es y será por siempre la piel de otra.
Qué decir... sólo que en esa verdad nocturna se despliega el absoluto autoconocimiento en la piel, en la carne y en la mirada de la otra... esa sensación horrorosa de ser espejo, de reflejar la mirada y de reflejar el propio ser en la piel de la otra... ese feliz olvido de sí, para volver a la nada de una verdad nocturna, esa insoportablemente leve verdad nocturna, ese desvelamiento de lo horroroso: la propia identidad, ese reflejo profundo que no haya la configuración de la otra en su infinición, pero aún así, en un acto incomprensible, en un acto de fe, se entrega el finito por el infinito en su infinición esenciante, en la totalidad de su piel y en la cercanía oscura de su rostro... hasta que no quede absolutamente nada, ni el uno, ni el otro, sino que sólo quede esa metafísica de la distancia, ese vacío abundante y esplendente con y contra el que luchan los cuerpos al momento de esparcirse y enredarse entre sí...

a J. la parlanchina.

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