... y como dijera Borges: a por la sombra de haber sido un desdichado

extínguete...

entre gritos de silencio, pero extínguete...

a ti te dedico el alfa y el omega de todas mis golgotas nocturnas...


He de sobrevivir a todo, aunque el hecho de morir en tus labios silentes, en tu mirada que no mira, en tu alma que no ama... me atrae más, quizá más que toda esta soledad. No importa: la arrogancia revertirá...

acerca de la introducción al éros

domingo, 1 de diciembre de 2013

A ratos, no hay más que el recuerdo de la introducción al éros, a decir verdad, el resto parece completamente señal de ello, de que antes hubo un momento en el que no experimentabas la unión corporal y del cuál fuiste sacado por una iniciación erótica. Hoy, a la orilla del río era así, el sonar del agua, la comodidad de las piedras, la seguridad de la compañía, la instancia de conversar 'algo' acerca de las mujeres, de la mujer... todo ello no podía sino desencadenar un conjunto de recuerdos inocentes, placenteros y sublimes acerca de la iniciación sexual. Todo no recurría sino hacia aquél pasado deseoso, hacia una memoria deseosa, hacia un estado de memoria que en cuanto tal es puro deseo, pero en la memoria misma. Un momento sin proyecto, digo, una memoria deseosa, que deseosa no de algo ahora, sino una memoria del deseo mismo, en otro momento, en otra parte, con otra persona, en otro tiempo, de otro modo. Con una persona que nunca es la misma persona. Y esa persona, es la persona que era, que nunca la que es. Ese es el momento de la memoria deseosa, un estado de deseo sin proyección, un deseo y a la vez un desencantamiento (encanto no de magia, encanto de gusto) de la situación presente, en la que no se experimenta el erotismo con/de/contra la mujer, aunque a la vez, también la aceptación máxima del momento mismo de la memoria deseosa, en tanto que momento que transporta a otro momento, que hace que yo no estuviera ahí, que yo no estuviera acostado a la orilla del río, sino que todo fuera ese momento, en la cama, en el que la desvestía con esa mezcla entre temor, deseo y vergüenza, pero a la vez con seguridad. Y el cuerpo desnudo, mesiéndose una y otra vez, sobre el propio yo, restregándose, apretándose, a veces desesperadamente, las expresiones del rostro, las exhalaciones, los gemidos, los aprietos, las preguntas, las respuestas, las agitaciones, la humedad inacabable, infinita e inconmensurable del amor corporal. El cuerpo se restriega sobre el cuerpo, pero también se restriega sobre una consciencia, hace recuerdo, deja una marca. La marca de la iniciación sexual, que quizá pueda ser borrada (no hay razón de peso para que no se borre), pero es una marca siempre presente, en el momento de la ausencia. Y es la ausencia absoluta, el modo preferible en el que esta memoria deseosa se encarna, porque no hay forma de repetición, ni de recuento, siquiera. No se recuerda nada tal como pasó, se recuerda tal como se recuerda, simplemente. Es un momento de la memoria entre la identificación y la diferenciación: no se sabe a ciencia cierta qué fue lo que pasó. Tampoco, por ello, qué es lo que está agregado en ese momento del recordar. Pero la memoria del éros, se nos muestra como infalible, como totalmente presente: eso fue así, lo recordamos como tal en ese momento en el que experimentamos la memoria deseosa. Hay un afán de perfeccionamiento en esa memoria que destaca la presencia de la ausencia, la ausencia total, por ello, es el modo de esa memoria... y ante ella no cabe el lamento: porque su actualidad la vuelve presencia, la vuelve pura presencia... y mientra no hay memoria culposa, se muestra esto entonces, como una presencia pura, desnuda, erótica, mágica que se entremezcla con la orilla del río. Orilla misma, donde también quieres encontrar una nueva incursión erótica, un nuevo misterio erótico que desentrañar.

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