... y como dijera Borges: a por la sombra de haber sido un desdichado

extínguete...

entre gritos de silencio, pero extínguete...

a ti te dedico el alfa y el omega de todas mis golgotas nocturnas...


He de sobrevivir a todo, aunque el hecho de morir en tus labios silentes, en tu mirada que no mira, en tu alma que no ama... me atrae más, quizá más que toda esta soledad. No importa: la arrogancia revertirá...

La pesadez...

lunes, 19 de noviembre de 2012

 


La forma en la que pasa cada segundo, en su eternidad de olvido, en su ansiedad futurante, histérica;  el olvido con el que canta la memoria, es el de la pesadez espiritual, la muerte del momento en la nada, la expansión de esa nada en el recuerdo, la memoria herida y abierta, ya sin fin.
Es una apertura fundamental, dura, pesada, lenta, muy lenta, en la que la consciencia se cierra a toda posibilidad de un pasado: la memoria es implacable, es dura, hace caer toda construcción de futuro, con la sóla evocación... con el tiempo que no pasa, con los segundos eternos, con que cada segundo es como un minuto, con que cada hora, es como un día, con que cada semana, es como un mes y cada mes más de un año entero. El tiempo se contrae, ya no se distiende. El recuerdo infinito y ansioso lo trae para sí, lo deja frente a sí mismo, lo deja contraído, completamente denso, concentrado, sin espacios vacíos. Completamente lleno de pasado: cada momento es como la eternidad de contenidos, todo segundo vive completamente ausente del presente, pero totalmente inmerso del pasado...
Eso era antes: ahora, cada segundo se multiplica, pero no por obra del recuerdo, sino que por la ansiedad, la forma de ser en el futuro, sin jamás tocar el presente... la destreza maligna del ser de jamás descansar sobre sí mismo, sobre su propio peso, sobre sus propias manos, sobre su propio cuerpo: el cuerpo del presente, es el andrajo de decadencia, la soledad cósmica de compañía imposible: el único consuelo es la vanidad. Lo único capaz de formar una pausa en estos momentos son esos instantes en los que logras ser adulado: y aun esa valoración duele, porque es una valoración del propio ser que jamás pudo pesar la otra... la identidad se sumerge en un estado de disolución, en una forma casi química de disolverse en la nada, sin volver jamás al todo. Es una identidad que se pierde, porque aguarda un indeterminado futuro, porque no sabe lo que quiere, ni quiere hacer nada para lograrlo.
Esperar... qué consuelo sería decir que eso es lo que hace la identidad perdida en la ansiedad: pero no es así, no espera, sólo desespera, sólo quiere lo in-mediato, lo que jamás debe necesitar de mediación, de sentido, de dirección, de objetivo, de fin. No hay objetivos en momentos (que no son momentos) como estos. En tiempo que no es tiempo. Estar lejos de las garras de la vida, de sus mentiras, de sus valores: eso es lo que hace la voluntad desaparecida de la ansiedad totalizante. Todo tiempo se obnuvila y se multiplica hasta el infinito, hasta más allá de todo límite, hasta la marca de la palabra moribunda y resquebrajada... la mano que tirita, la pierna que no se quiere mover, el ojo desorbitado, la dificultad de respirar, la falta de fuerza para poder vivir... la caída de la cabeza, la mirada perdida, los ojos que quieren cerrarse, la boca que se seca, el sabor amargo que se siente en la lengua, el fracaso reiterado de toda actividad que requiera concentrarse, avocarse a una cosa, direccionarse hacia un propósito... y es porque no hay propósitos en un momento que no es momento, porque todo futuro se vuelve sólo un conjunto de fantasías sin objeto, cada futuro es sólo un sueño que en su irrealizabilidad, se queda contigo sin jamás poder soltarte, sin jamás poder dejarte tranquilo e impedirte la condición fundamental moribunda de un presente que no es presente. Desear estar muerto, desearlo, imaginarlo, disfrutar la imagen evocada, el cadáver ensangrentado de lo que uno fue... y que ni siquiera consuela mucho la concreción de ese deseo. No es demasiado relevante si se muere o si se vive, de todas maneras, se está más allá de la vida y de la muerte, porque la vida y la muerte transcurren en el tiempo, son formas del tiempo vivido. El tiempo que se vive, en un momento que no es momento, es el tiempo que no es tiempo, el tiempo que destemporaliza, el tiempo que no es sólo decadencia. Un tiempo que no radicaliza, un tiempo sin raíz. Un tiempo sin lugar. Un tiempo sin espacio, una imposibilidad categorial, una errante forma de locura, en la que el tiempo no se vive, y el espacio se densifica: cada vez es más difícil atravesarlo, pasar por él, abrirse paso...

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